sábado, 1 de octubre de 2011

"POR LAS QUE VAN DE ARENA" por María Luisa Mendoza. Tomado de Excélsior, 1o de octubre del 2011


Por las que van de arena

No quiero que se diluya mi alborozo, se vaya el golpeteo de la sangre en el corazón, clarito la oigo…

María Luisa Mendoza
¡Cuántos años esperando una buena noticia por lo menos, sin creer fuera posible! Porque uno va creciendo y con ello el optimismo se desportilla o por consiguiente va volviéndose pesado, oscuro, ya no se cree nada. Es como esperar el respeto de la derecha por la cultura, la esperanza en la mañana y el reencuentro con la misma en la tarde. La fe es el siempre consuelo, sin ambos es un penar la vida. Por eso ahora saber del fruto por pequeño la autoría del cese del sufrimiento animal es tan felicísimo. Dan ganas de bailar alrededor de la mesa de trabajo, cantar como Jacques Brel, dibujar en la cara una sonrisa de verdad. Cada vez más los animales conquistan mi andrajoso corazón, con una mirada ardientemente parlanchina basta (sus ojos de pedernal, sus ojos de chamois, sus patas acojinadas, la eterna veleta-cola, pájaros encendidos sus carreras: mis perros… Yo sé que parece una puerilidad más ésta mi salida amorosa, pero es que les debo tanto a los hijos mudos de Dios, esa compañía tibia, el ladrido apremiante, y cómo suspiran dormidos o mueven las patitas corriendo en la pradera de sus sueños. Si se quejan los calmo y el solo roce de mi mano les devuelve la serenidad y el lobo malvado se esconde tras un roble y se va en caridad del Señor.
 Así sucedió en Barcelona, donde el sol siempre está en el zenit como en un capelo y los árboles se menean dulcificando la transparencia de la ciudad de las letras, los jamones y la purificación de Las Ramblas. ¿Qué no tienes otra cosa para escribir? (sí, la cantarina novela de Elena Poniatowska Leonora, y el libro Un humanista sin Fronteras sobre el periodista Antonio Rodríguez). (¿Por qué corría tanto Elena en París, y cómo olvidar la taza de té chino servida por Antonio?). Pero no quiero se diluya mi alborozo, se vaya el golpeteo de la sangre en el corazón, clarito la oigo…porque cientos, miles de toros y de caballos van a dejar de ser objetos de algarabía de los cientos, miles de torquemadas aplaudiendo la sangre derramada de los dulces los de los toros, lomos cargando banderillas-cuchillos, abiertos por las lanzas de jinetes malditos, con el ardor de los ojos embarrados de quién sabe qué a fuer no miren bien al verdugo. Y el trapío colorado, y las carreras para ensartar a quien los martiriza, los inmola al final para arrastrarlos todavía con su regia vida ensartada en la memoria de la pradera, ya desorejados, sin cola, sin luz. El que mata ya no se paseará untado de falsos símbolos sexuales por delante y por detrás, embijados de lentejuelas y chaquiras, abalorios y pompones dorados. Malvado con chongo ¿qué no tuvo en su niñez un becerrito que lamiera su mano y lo contemplara?, Le duele al toro, le duele la panza al aire al caballito, duele en el corral aterrorizando a los otros toros que esperan el sacrificio. A mí me duele aún el llanto y el gemido del toro que una miserable vez atestigüé en la infancia. Nunca más dije. Nunca más (¡que sea!) esa pena tan grande en Barcelona. Quizá en España, quizá en México, quizá en el mundo entero. Por las que van de arena.
                *Periodista y escritora

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