domingo, 25 de septiembre de 2011

Cuento corto por María del Carmen Maqueo Garza

FUGA DESDE HONDURAS
Con mucho cariño para la Maestra Adela Celorio, mi "Capitán Sandía".
Aún cuando comenzaba a vislumbrar el azul intenso de la primera laguna, me parecía imposible hallarme de nuevo allí, en el corazón de la selva chiapaneca, avanzando rumbo a aquel lago de nombre “Tziscao” cuya identidad es más que original. Forma parte de la frontera sur de México, y  una parte del mismo es mexicana, y la otra guatemalteca.
   “Montebello”, toda una experiencia sensorial;  azules que pasan de una a otra tonalidad entre la exuberante vegetación, presentando a la vista colores difíciles de imaginar.   La primera vez que conocí aquel hermoso parque natural fue durante mi viaje de bodas hace ya muchos años.  La terracería rojiza  sobre la cual brincoteaba el frágil vehículo de mis memorias hoy ha sido cubierta por el asfalto, uno más de los efectos de la Globalización -todo ello pasaba por mi mente en tanto nos adentrábamos por aquella vía que a ratos se oscurecía, cubierta por el denso follaje de la selva que alcanzaba a formar un techo por encima de nuestras cabezas.
   Ahora las cosas eran muy distintas, recordé divertida aquella primera ocasión cuando conocí Montebello en compañía de mi esposo.  Conseguimos hacer el viaje hacia las lagunas  a bordo de un vehículo de Salubridad que transportaba Malathion, pero aún así los mosquitos con total descaro pasaban zumbándonos muy cerca de los oídos.  La comodidad del vehículo totalmente acondicionado en el que viajábamos esta vez representaba una ventaja, pero a su vez marcaba una barrera entre la naturaleza y nuestros sentidos, impidiéndonos disfrutarla a plenitud.
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Algo se movió entre los troncos de aquellas  ceibas.  No parecía que se tratara de un moño araña que habría avanzado por los ramajes, pensamiento tras el cual me quedé en blanco, cayendo en cuenta en ese justo momento cuan poco sabía acerca de la fauna selvática de mi país.   Vinieron a mi mente cocodrilos aunque no, los cocodrilos que había visto  en estado silvestre se hallaban en las aguas pantanosas del estado de Louisiana viajando entre Batton Rouge y Nueva Orleans.  ¿Ornitorrincos?... Recordé en aquellos momentos mi libro de Biología de la preparatoria,  que mostraba una fotografía del animal con características tanto de mamífero como  de ave, de bravo comportamiento…. Hube de interrumpir mis desvaríos al momento cuando, nuevamente, aquella sombra pasó a toda velocidad entre la vegetación, a escasos metros de donde el vehículo avanzaba.  En ese instante quise llamar la atención del resto de pasajeros, pero ellos parecieron no escucharme, absortos en sus planes para la fiesta de esa noche.
   ¡Otra vez!  Concentrada mi atención en aquella huidiza sombra, esta vez todos tuvieron que interrumpir sus planes y atender mi llamado, pues solicité al conductor de la camioneta que hiciera alto total, a lo cual  no podía negarse, puesto que  era yo quien pagaba el viaje turístico.  Acto seguido le pedí que apagara el motor, tras lo cual descendí con cautela y  comencé a avanzar entre el verdor selvático; era tal mi curiosidad para ese momento, que dejé atrás las terribles fantasías del inicio del viaje,  que me llevaban a imaginar que en la selva aparecía una serpiente venenosa por cuya mordedura podría yo morir.  Ahora todos mis sentidos se hallaban concentrados en acechar aquella sombra escurridiza, misma que, luego de seguirla de cerca por diez o quince minutos  pude finalmente identificar.  ¡Sí, era él!... Con gran  cuidado alcancé a colocarme a su lado, me incliné y lo tomé en mis brazos, a lo cual no opuso mayor resistencia;  al tenerlo próximo pude constatar que se hallaba fatigado, posiblemente por  tanto correr para esconderse.  Me sorprendí al descubrir que no era tan grande como siempre lo había imaginado, pero por lo demás coincidía con la imagen que me fui formando de él, cada vez que leía aquella narración alusiva a su vida.

   Esta vez el resto del grupo se unió a mi alegría, y claro, no era para menos… Tal grado alcanzó  el alboroto ocasionado por su hallazgo, que optamos por cancelar el resto del viaje para retornar a Comitán con la presa preciosa.  Tziscao podría esperarnos para una segunda vuelta, ahora había que regresar a la posada, e ingeniárnoslas para introducir al nuevo huésped  con todo sigilo hasta nuestra habitación.   Una idea estaba fija en mi mente para el momento cuando quedó atrás el camino vecinal y nos reincorporamos a la carretera que nos llevaría de regreso a la ciudad: ¡Lo adoptaría sin importar lo que hubiera que hacer para lograrlo!
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Los titulares periodísticos de aquella mañana no pudieron menos que arrancarme una sonrisa cargada de complicidad: “Dinosaurio monterrosiano ya no está ahí como siempre había estado. Trascendió que se escapó de su país de origen; se habla de que el día de ayer fue visto por última vez en Guatemala.  Se teme por su vida”.

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