domingo, 25 de septiembre de 2011

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


DE LA PLUMA AL VUELO
Esta semana ha  tenido para mí un significado muy particular. Viajé a tierras laguneras para participar en un taller literario organizado por el periódico “El Siglo de Torreón”, bajo la acertada coordinación de la Maestra Adela Celorio.   Ahora que éste  ha concluido, el balance personal  es muy positivo, y me lleva a una serie de cavilaciones con relación a la palabra escrita, que  deseo compartir:
   El ser humano es grande, diríamos que es mucha pieza como para circunscribirse a un tiempo y a una geografía.   Las tendencias  actuales por su parte, pretenden hacernos girar en torno a nuestra dimensión física al generar necesidades respecto a qué vestir y qué comer, y al exaltar de manera tan desmedida la  genitalidad  y la violencia.  Todo ello en  ratos  pinta un escenario poco alentador, como si las cosas, ancladas a la tierra,  pudieran terminar en cualquier momento.  Desde este desorden derivado del consumismo,  el espíritu se eleva  por encima de la materia para  invocar el sentido de trascendencia,  que mana desde muy dentro como fuerza propulsora.
   Uno de los elementos que utilizamos para reforzar ese sentido último de trascendencia es precisamente la palabra escrita.  Escribir aquello  que nos hace únicos en la historia, provee al espíritu de un significado que lo lleva más allá de cualquier circunstancia finita.  La aventura de plasmar de manera gráfica lo  propio  inició con  las pinturas rupestres más antiguas de España y Francia, para venir a consolidarse de manera notable  al inicio de la Edad Media en  Alemania,  con el advenimiento de la imprenta.   A partir de ese momento los manuscritos gregorianos cedieron su lugar a la prensa escrita, lo que ha tenido un avance imparable en el tiempo hasta el inicio del presente siglo, cuando el desarrollo  de las tecnologías de la información y la comunicación, marca un hito en la historia de la comunicación entre dos seres humanos, particularmente a través de  las redes sociales.   Éstas cumplen una función social, pero a la vez generan fenómenos de comportamiento inéditos ante los cuales aún no hemos aprendido a reaccionar como sociedad.
   Ha venido  produciéndose una graciosa simbiosis del hombre con diversos dispositivos electrónicos, entre los cuales  destacan la computadora y  los teléfonos móviles, lo que modifica en gran medida el panorama urbano. Lo puebla de individuos notablemente aislados de su entorno, pulsando botones con la mirada prendida a una pantalla de escasos centímetros, que parece controlar su vida. Es motivo de curiosidad personal  conocer qué tanto hay en esa pantalla que los tiene absortos, y para mi sorpresa descubro que los contenidos son simples, y suelen referirse a banalidades como “hay mucha fila en el cine”, “tengo hambre”, o “hizo pipí el gato”, cuestiones cuya comunicación no habrá de aportar  nada al pensamiento del hombre, pero que en definitiva existen y proliferan, pues obedecen a una necesidad elemental del ser humano, la de sentirse conectado con otros.
   Una  función clave de las redes sociales es alertar a la población en casos de siniestro, aunque el reciente caso veracruzano en el cual  dos twitteros son sentenciados a purgar una condena acusados de terrorismo, sugiere actuar con cautela y conocimiento de causa, para no generar confusiones y malos entendidos.
   A su vez  las redes sociales cumplen con  convertirse en tribuna para expresar aquello que cara a cara no nos atrevemos a decir.    O bien, se vuelven  una suerte de comunicación desechable de nuestros estados de ánimo momentáneos, a manera de catarsis.   Quizás otra función  posible de lograr a través de la comunicación por conductos electrónicos, sea  la creación de  una identidad camaleónica o de máscara, para ser en la red alguien que no somos,  al menos por un rato.
   Pero volviendo a lo que hoy nos ocupa, escribir es dejar constancia de nuestro paso, de nuestro pulso vital, frente a un mundo que en ratos se visualiza muy amenazador.  Es procesar nuestros miedos, entender  las expectativas personales al visualizarlas desde el espejo de las propias palabras, y es además, emprender nuestros propios procesos clarificadores.   Parafraseando a la Maestra Celorio,  las vivencias constituyen la materia prima con la cual trabaja el escritor, y la herramienta en sus manos es la palabra escrita.
   Al término del taller surgen otras ideas en las que hasta ahora reparamos, escribir para compartir, para amistarnos. Constituye un acto lúdico,  de recrear la realidad para empatarla con nuestras personales expectativas.
   Comunicar, tender puentes en un mundo cada vez más amurallado.  Finalmente es reinventarnos, armar nuestras circunstancias; desplegar las alas desde el  risco de nuestra propia historia personal,  y lanzarnos en  vuelo por encima  de la larga cordillera de los convencionalismos, hasta hallar nuestra propia voz, nuestro propio horizonte.

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