REALIDAD E INTERPRETACIÓN
Marc Augé, antropólogo social francés, en su libro intitulado “Por qué vivimos” considera que todos los elementos culturales que nos rodean son ofrecidos como productos de consumo que tomamos o dejamos al arbitrio. Habla de “sobremodernidad” y denomina “cosmotecnología” a ese imaginario colectivo que deriva de la tecnología de la información y comunicación, y que determina pautas de conducta generalizadas. La idea de identidad regional se rompe frente a esos patrones de comportamiento capaces de cruzar barreras geográficas y unificarnos. Uno de tales patrones tiene que ver con el logro de la felicidad. Los estímulos para conseguirla tienden ahora a conjuntarse y rondan en torno al materialismo, que determina un tener para ser.
Un círculo que se genera por esta vía es el de la hiperinformación-aislamiento-caos. Esto es, el individuo cada vez se conecta menos con sus semejantes en el plano real y se sumerge durante gran parte de su tiempo en el mundo virtual. Todos lo hemos visto: en cualquier sitio público que frecuentemos, una buena parte de las personas sostienen su aparato celular en la mano y no es infrecuente que muchos de ellos estén continuamente deslizando el dedo sobre su pantalla para revisar contenidos que ofrece la red.
La Encuesta Nacional de Consumo de Contenidos Audiovisuales (ENCCA) 2024, señala un consumo diario de Internet por mexicano de 2.3 a 3 horas, y de acuerdo con la encuesta BANGO, el gasto mensual por uso de Internet por mexicano, es de $750 mensuales, que corresponde a la décima parte del salario mínimo de un mexicano.
La tecnología ha creado nuevas necesidades de consumo que acogemos con singular entusiasmo, sin reparar en ese gasto de tiempo-aire. Hablamos por cuestiones nimias o nos ocupamos en hacer un “zapeo” continuo en el celular, como anteriormente hacíamos con la televisión. A diferencia de esta última, que suele hallarse fija en el domicilio, los aparatos portátiles permiten al usuario utilizarlos en cualquier lugar.
Los habitantes del presente milenio nos sentimos privilegiados por tener un acceso tan libre a contenidos de la red, como si esa descarga infinita de información nos resultara de utilidad, cuando, la verdad sea dicha, ese aluvión de noticias que no tenemos tiempo de discriminar y digerir, lo que termina haciendo es generar picos de cortisol que se traducen en cuadros de ansiedad y males orgánicos como la hipertensión arterial. Nuestro cerebro primitivo entra en modo “alerta” seguro de que esas amenazas que saltan de la pantalla van a acabar con nosotros. No nos extrañe, pues, que por las noches no podamos conciliar el sueño.
Volviendo a Marc Augé, hay que revisar en qué medida ese alud informático favorece, o, todo lo contrario, bloquea, nuestra sensación de felicidad. En lugar de hacer una introspección para conocernos y disfrutarnos a nosotros mismos, vivimos continuamente enfrentados a contenidos irreales, tantas veces editados, que hablan de personas perfectas, familias ideales y viajes de ensoñación, frente a nuestra cotidianidad que, en contraste con esas fantasías tecnológicas, resulta más bien insípida y sin esplendor. O nos saturamos de noticias catastróficas como las que indican que se va a acabar el mundo dentro de diez minutos…
Gonzalo Martín Vivaldi, periodista y catedrático español interesado en redes sociales, habla de romper con ese círculo de hiperinformación que tanto daño hace, para centrarnos, no tanto en alimentar la mente sino en nutrir el corazón. Llama a evitar colocarnos a merced de las cosas, para hacerlo más bien por encima de ellas. Diría yo que es necesario volvernos selectivos en aquello que permitimos penetrar a la conciencia a través de nuestros sentidos, con el propósito de crecer en nuestra humanidad de unos hacia otros. Porque, si algo necesita nuestro mundo en estos momentos, son personas más humanitarias. Los eruditos del caos salen sobrando.
Un concepto adicional a lo antes dicho es que el impacto emocional que tienen los eventos que suceden o que se narran, tiene más que ver con la interpretación que les damos que con lo que realmente son. Dado lo anterior, entre más preparados estemos para elaborar una interpretación apegada a la realidad, tanto menor será el impacto. Para esta preparación necesitamos profundizar en nosotros mismos y aprender a utilizar las mejores herramientas de conocimiento, para medir y mejorar nuestras formas de responder frente a lo que se nos presenta como una realidad.
Lo que es, cómo se presenta y cómo lo interpretamos. En un mundo de alta tecnología como el nuestro, se traduce en distintos estados de ánimo, desde la serenidad hasta los picos de estrés. Mucho depende del sentido que le demos a lo que revisamos en la red.