NOSOTROS Y LA HISTORIA
Leer a los clásicos nos proporciona elementos para entender nuestra actualidad de otro modo. Tal es el caso de mi lectura de la obra de Émile Zolá intitulada “Los misterios de Marsella”. La historia habla de dos hermanos, Philippe y Mario Cayol y una situación personal del primero, con la que se dispara toda una serie de acontecimientos que involucran a altos funcionarios, jerarcas religiosos y dueños de establecimientos privados, para dar cuenta del trasfondo que se vivía en los años previos al estallido de la Revolución Francesa. De hecho, uno de los puntos nodales de la obra ocurre en pleno levantamiento popular en el puerto marsellés en el mes de junio de 1789, un par se semanas antes del estallamiento del conflicto social que llevaría a Francia a convertirse en una república y a surgir como un modelo político que sería seguido por muchos otros países.
Vivir los hechos revolucionarios hombro con hombro con los personajes y sus aviesos adversarios es entender las cosas de otra manera, desde casa, descubriendo los intereses que a cada personaje movían a participar en la revuelta. Sabemos que el novelista francés utilizó la ficción para crear sus sólidos personajes, pero es indudable que él conocía muy bien el escenario histórico en el cual los puso a actuar, y que, en 1867, año de la publicación de su novela, él tenía perfectamente delineado lo que quería decir a través de sus letras.
Al principio mencionaba que la lectura de los clásicos nos permite leer nuestra actualidad de otra manera. Es cierto que a nivel global estamos viviendo una desesperanza provocada por muchos motivos, y en esta desolación interna salimos en busca de líderes carismáticos que satisfagan ese hueco emocional que estamos sintiendo. Anhelamos hallar personajes que se dirijan a nuestro corazón de un modo paternalista, para decirnos que todo va a estar bien. Sus palabras nos seducen y caemos bajo el encanto de estas, con tal sumisión, que pasará mucho tiempo hasta que salgamos de ese letargo. Para ejemplos más que conocidos tenemos en el siglo veinte la Alemania Nazi de Hitler, la Italia de Mussolini y los regímenes autocráticos de nuestros tiempos, tanto en la vastedad de Asia y África como en esta parte occidental del planeta.
El presente es un buen momento para preguntarnos por qué caemos bajo el encanto de líderes paternalistas cuyos intereses de raíz no son precisamente el beneficio del pueblo. Y que, como algunos personajes de Zolá, encubren sus fines particulares bajo el manto de la lucha por el mejoramiento de las condiciones de vida para todos. Seguir de la mano del escritor hasta descubrir lo que hay oculto tras esos velos, nos proporciona, sin lugar a duda, herramientas para observar la realidad de este siglo veintiuno de otra forma, anteponiendo la mirada crítica a los anhelos de una figura de líder paternalista que nos promete que todo va a estar bien porque él lo dice, aunque en los hechos veamos la obvia discordancia entre el discurso y la acción.
Los seres humanos estamos compuestos de cuerpo, mente y espíritu. Las emociones son algo así como el andamiaje entre las partes, que nos provee de una óptica muy particular para ver las cosas que suceden. Mal haríamos en querer borrar las emociones de la ecuación, cuando son parte fundamental de la misma, como los enlaces químicos entre los elementos de un compuesto. El líder carismático que lo sabe y apuesta a ello puede sorprendernos de entrada, pero de nuestro raciocinio depende separar las expectativas generadas por nuestras emociones con respecto a los hechos demostrables, para encaminarnos a formar una sociedad sustentada por evidencias y alejada de encantamientos que apelan a nuestro niño interior, queriendo conquistarlo.
La tecnología nos conduce a una lectura rápida, fragmentada y que en poco tiempo olvidamos. El retorno a la literatura clásica, escrita por esos novelistas que siguen diciendo mucho a tantos años de distancia, es un sano ejercicio de revisión de nuestros patrones de conducta, tanto personales como sociales. Adentrarnos en los personajes que ellos crearon con inteligencia para deleite de los lectores de sus tiempos y que siguen fascinando, así hayan pasado más de cien años de su creación. A través de sus líneas descubrimos que la historia no comenzó en años recientes, sino que es un proceso humano de afrontar y crear nuevas condiciones de vida, que se remonta a tiempos remotos, cuando el primer ser humano tuvo la capacidad de reflexionar.
Mucho que leer, mucho que descubrir y más todavía por cuestionarnos si lo que hacemos como individuos o como naciones es lo mejor que podemos hacer. Que no nos sorprenda el futuro sin haber analizado el impacto de nuestra propia actuación para la historia.
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