LOS CACHORRITOS
El frío invernal ha llegado; la época decembrina me remite a mi propia infancia; nunca dejaré de gozar los colores que por uno y otro lado vienen anunciando la gran fiesta cristiana que reúne a la familia en torno al calor del hogar. Hoy he empezado de manera anticipada, dispuesta a degustar momento a momento, a lo largo de todo diciembre, el sabor de la Navidad.
Los dos últimos días han sido fríos, de manera que corro a sacar las ropas gruesas cuyo uso es limitado en tiempo –unas cuantas semanas al año—pero definitivamente indispensable para sortear el rigor de la temporada. Me dirijo al supermercado por lo necesario para un suculento caldo de res, platillo que se apetece y cae muy bien cuando el frío arrecia. En el trayecto hacia la tienda algo atrapa mi atención al momento cuando la luz roja me obliga a hacer un alto bajo un paso a desnivel donde suelen colocarse diversos vendedores cada mañana. En esta ocasión quizás el frío los haya espantado, de manera que se encuentra solamente una mujer quien pronto se aproxima a ofrecer su mercancía. A unos cuantos pasos de ella se halla un par de niños recargados contra una de las columnas que sostienen la mole de concreto, tras la cual intentan en vano guarecerse de las heladas corrientes que se cuelan en uno y otro sentido. Al permanecer uno junto al otro, el calor de sus cuerpos seguramente ayudará a no sentir tanto frío, pero a la distancia ambos tiritan. Ella tiene unos ocho años, su figura menuda está cubierta con un suéter cuyas mangas ha estirado para alcanzar a protegerse ambas manos. Él, no mayor de once, porta una chamarra de plástico y un gorro de tipo pasamontañas el cual solamente deja descubiertos los ojos. Ambos platican animadamente, da la impresión de que lo hacen más que nada para espantar el frío que amenaza penetrar hasta los huesos.
Los observo sin ser vista, por su expresión corporal parece que se relataran uno y otra sus sueños mientras señalan a la distancia algo que mi posición no me permite alcanzar a visualizar, o probablemente se trate de esos castillos que entre ambos van formando en el aire para luego ir a habitar con la fantasía, mientras la madre se desplaza de adelante atrás sobre la isleta de concreto ofreciendo su mercancía.
Los pequeños me recuerdan a los oseznos que siguen a la madre a lo largo de la pradera aún en circunstancias de riesgo, pues despegarse de ella equivale a morir. Tal vez la mujer prefirió mantenerlos a su lado aún cuando pasaran frío, que dejarlos solos en casa, aunque una cosa es cierta, por su actitud los niños están acostumbrados a hacerlo, no reaccionan quejándose por el frío o la incomodidad como haría cualquier otro niño que pasa toda la mañana en semejantes condiciones.
Imágenes como ésta son las que nos dicen a todos los mexicanos que el modelo económico de nuestro país no está funcionando, y que el sistema actual viene haciendo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Que es un asunto de elemental justicia social cuya falta de solución es responsabilidad de todos nosotros, porque tenemos el México que hemos permitido a otros crear, o bien el México que nosotros no nos hemos animado a corregir.
No es posible que nos digan que el poder económico crece, cuando hay familias que no alcanzan a surtir la canasta básica. No es posible que tengamos funcionarios ganando estratosféricas cantidades en salarios y dietas, cuando hay niños que se mueren de hambre y de frío. No es posible que permitamos nosotros, los votantes, políticos de lujo cuando hay personas en pobreza extrema que no hallan cómo distraer el hambre y el castañeteo de dientes cualquier mañana como ésta.
Me pregunto qué nos ha faltado a los ciudadanos, o por qué hemos permanecido en ese marasmo mental de no hacer olas, de no analizar antes de elegir candidatos; de no exigir resultados; de no tomar en nuestras manos los destinos del país. Estamos en ratos como aquel hombre de la Biblia que enterró su talento en vez de ponerlo a trabajar y así entregar mejores cuentas al patrón; nos hallamos cuidando nuestro trabajo, nuestros privilegios, los beneficios del sistema, sin arriesgar nada, cuando es obligación de todos velar porque los menos favorecidos cuenten con lo mínimo indispensable para una vida digna y satisfactoria.
Emprendamos esta Navidad más cercanos al espíritu de un salvador que elige nacer pobre, haciendo algo por los que menos tienen, por esa parte de México que nos corresponde amar en los hechos, con el corazón y el bolsillo, no nada más en el discurso.
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