domingo, 19 de septiembre de 2010

MARTÍN VALVERDE: No se han ido del todo

DEBUSSY: Claro de luna en flauta de pan. Interpreta JM Ramos.

Tercer movimiento de "La Suite Bermasque"

LA BAMBA DESDE EL ESTADO DE VERACRUZ

TRÍO GINOBLE: O Sole Mío

COSAS NUESTRAS:Jorge Villegas

Valores
En respuesta a la violencia, intentan difundir más los valores.
Grupos sociales y religiosos buscan sensibilizar a ciudadanos y escolares.
La intención es noble, pero la estrategia parece chocar con la dura realidad.
Porque enseñan los valores a las víctimas, no a quienes los persiguen.
Cuando hay que agacharse para no ser baleado, no queda espacio para la reflexion.
Quizá primero debemos difundir el amor a la paz; a la serenidad para enfrentar la violencia.
Un ejército de paz que presione en pos de una tregua de respeto a la vida humana.
Cuando vuelva la paz, ya habrá tiempo para la vacuna de los valores.
jvillega@rocketmail.com

sábado, 18 de septiembre de 2010

En memoria de mi madre hermosa


  María del Carmen Garza de Maqueo
Agosto 11, 1925-Septiembre 11, 2010
Gracias, Señor, por habernos prestado
una madre que nos enseñó, ante todo,
a creer en ti, a descubrirte
en las cosas pequeñas de cada día.
Una madre que supo mostrarnos
la esencia profunda y última
de las cosas,
Una madre que supo estar allí
con todo su amor
en el momento preciso.
Nuestra fe nos brinda la certeza
de saber que hoy está contigo…
¡Gracias por su vida maravillosa!
¡Gracias por la paz en su rostro
al emprender el camino
de regreso a tu santa morada!

                                                   Piedras Negras, Coah. Septiembre 2010


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

CONTRALUZ Septiembre 19, 2010


UNA VIDA: UN EJEMPLO
María del Carmen Maqueo Garza
En ocasiones como ésta todo lo que está más allá del entorno personal deja de tener importancia, y uno se recoge a sus propias reflexiones íntimas antes de retomar el camino. Hace una semana partió mi madre luego de un prolongado desgaste físico que de alguna manera le permitió, por otra parte cerrar círculos, preparar sus implementos de viaje, y finalmente partir ligera y hermosa, sin cuentas pendientes con la vida. A todos quienes tuvimos la oportunidad de observarla al final de su estancia terrenal, nos sorprendió el gesto de profunda paz que reflejaba su rostro; en mi interior pensé que para ese momento cuando nosotros comenzamos a llorarla, ella había llegado ya a la morada del Padre.
De alguna manera la tristeza queda replegada mientras las dulces memorias comienzan a danzar frente a los ojos; vienen como destellos los primeros recuerdos al lado de mi madre. Su actitud empática frente a mis inquietudes de niña muy pequeña, y su decidido apoyo para mis primeras iniciativas de amor por la palabra escrita. A su lado aprendí tempranamente a leer, y ella fue mi primera guía en el oficio de escribir: algunas tardes nos instalábamos en la mesa del comedor, cada cual con su propio cuaderno, a escribir historias que luego nos leeríamos una a la otra. O bien nos pondríamos a improvisar algún sketch teatral, u hojearíamos antiguas revistas con grabados de Posadas, y hermosos anuncios de principios del siglo veinte. Del mismo modo los sábados nos apostábamos frente a la voluminosa radio de bulbos a sintonizar estaciones en distintos idiomas que llegaban sin mayor complicación desde Japón o Alemania hasta nuestro afortunado espacio familiar, en una segunda planta, justo frente a la Catedral de El Carmen, en mi natal Torreón.
No puedo esta vez interesarme por los festejos del Bicentenario; ni analizar si la delincuencia organizada concedió una tregua por las fiestas patrias… El estado de la macroeconomía me da lo mismo, y los discursos de las figuras políticas resuenan como ecos ociosos. Son temas que escapan por completo a mi radio de atención ahora.
Para fortuna nuestra la mayoría hemos contado con la presencia amorosa de una madre durante los primeros años. Para la mayoría ha sido la madre biológica, y en algunos otros casos la figura sustituta que cumple con tanto o más amor que la carnal, las funciones de madre. Probablemente damos por hecho que ella va a estar allí a nuestro lado por siempre, justo como el sol o la luna; sin embargo llega la partida de su ser físico, generalmente antes que los hijos, y nos queda en el alma un gran hueco que no hallamos cómo llenar.
Mi madre fue una mujer generosa en todos los sentidos, leal amiga que no pocas veces perdonó algún gesto de insensibilidad en correspondencia a sus buenas intenciones. Fue maestra nata de nuevas generaciones de pintores, entre ellos el ahora afamado Sebastián en su natal Camargo, el cual para desencanto mío no incluyó el nombre de mi madre en su autobiografía al relatar sus comienzos en las artes plásticas. Pronto olvidó el señor las sesiones gratuitas tarde con tarde en el estudio de mi madre, quien amorosa dirigió los primeros bocetos que lo llevaron más delante al clímax de la fama internacional. Cuando hojeé la obra escrita de Sebastián y me percaté de lo que para mí fue una dolorosa omisión, me cuidé de que mi madre no se enterara de este hecho ingrato. Aunque conociéndola, me parece que finalmente ella sólo hubiera esbozado una sonrisa diciendo "hijita, eso no importa"…
Cristiana más papista que el papa, en no pocas ocasiones me metió en conflictos morales al hacerme considerar que alguna de mis locas iniciativas de desarrollo personal era incompatible con los principios religiosos que me había inculcado. Finalmente me parece que logró asimilar el hecho de que entre una y otra generación hay un espacio que ni la mejor de las voluntades alcanza a zanjar. Claro que a lo largo de mi vida adulta siempre me he hecho la pregunta antes de emprender algo nuevo: ¿Qué me aconsejaría mi madre? Y aún cuando no necesariamente actúe en apego a lo que ella pudiera opinar, sí me ha servido como guía.
En fin, ahora la veo partir, me gozo de saber que terminó todo lo que debía terminar en esta vida. Su rostro refleja paz, y su profunda fe en Dios me deja la tranquilidad de saber que ahora goza de las primicias de aquello prometido por el Padre. Me quedo con una enorme estafeta, la de vivir de manera entusiasta, amorosa y buena, como ella me enseñó con su pródigo ejemplo de cada día.