Una red social cuyo propósito es contribuir a enaltecer la calidad humana, la sensibilidad ciudadana y la autoestima. Un pequeño espacio que aliente, reconozca y difunda los valores de los diversos ciudadanos del mundo. Que nos impulse a cuidar del planeta, y a edificar la sociedad justa y buena a la que todos tenemos derecho.
domingo, 22 de noviembre de 2020
CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez
Mi amiga intentó convencerme de que no sufriera por eso, que ellos eran "felices" en su hábitat y que sí se les brindaba apoyo, solo que ellos lo gastaban en vicios, pero así -insistió- son felices.
No intenté siquiera rebatirle la idea, era trabajo arduo, y estéril, supuse. Creo que pocos pensamos en que sin necesidad de que los indígenas abandonen su hábitat, son susceptibles de ser dignificados y no tan solo rebajados a considerarlos una etnia sin valores, sin aspiraciones, sin voluntad ni mejores posibilidades, más allá de vivir bajo efectos de la droga y el alcohol. Tal concepto me pareció miserable.
Ver todo esto me produjo un efecto contrario al de la mayoría que lo compartíamos. Sentir que de verdad consideramos que esa gente en pobreza extrema no requiere de más para ser feliz, hasta el punto de hallar envidiable su capacidad de serlo tan fácilmente. Me pareció estar evadiendo una realidad con una errática percepción de felicidad, porque la verdad, ninguno de los que compartíamos esas imágenes seríamos felices en esa situación y viviendo con tantas carencias.
Si esto fuera cierto, sería un alivio a mi conciencia, porque finalmente en la historia de la humanidad la mayor industria ha sido la que fabrica pobreza. Hay tantos y exigen tan poco; ahora, si además consiguen ser felices, cosa que la gente ambiciosa, que acapara la mayor parte de las riquezas de este mundo no logra hacer, no tiene sentido cambiar el rumbo.
No todos sabemos encontrar la felicidad en pequeños detalles, sigamos utilizándolos a ellos, a la gente pobre, como incentivo. Quizá nosotros necesitemos un artefacto un poco más sofisticado y costoso que una vieja sandalia, para lograr una emoción comparable. Lástima, me digo, ¡no somos pobres!
domingo, 15 de noviembre de 2020
CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza
EN MEDIO DE LA
TORMENTA
A ratos imagino que alguno de los novelistas distópicos
escribió una historia, la escondió en una caverna, y en fechas recientes algún
fuerte viento la sacó a la luz, para convertirla en el guion que todos vivimos en
este 2020. Mucho me he hecho acompañar
de la imaginación para crear un escenario para cada día, en particular cuando
me planto frente a la pantalla y suplico a mis dedos que tamborileen sobre el
teclado a manera de un son ritual, para invocar fragmentos de lo que fue mi
vida ayer, hasta hace poco, en concreto hasta febrero del 2020, antes de que
una emergencia sanitaria me confinara al encierro. Esta mañana me acompañan escasos sonidos, la
tubería escandalosa que avanza dentro de un muro, y que cada vez que transporta
agua emite un sonido tan cercano, que a ratos me lleva a imaginar que comenzará
a borbotear al exterior y me inundará el departamento. Otro sonido es el provocado por la escoba en
manos de quien barre hojas otoñales en el exterior, y un tercero gozoso
–ausente esta mañana—es el trino de los pajarillos que arman su jolgorio al
otro lado de mi ventana. Nunca he podido escuchar música al tiempo de escribir,
pues me seduce Euterpe al grado que me hace descuidar a Clío, una musa muy
celosa, que no admite distracciones.
La contingencia nos ha ido enseñando a apreciar nuestro
entorno de un modo distinto, con una óptica renovada. El encierro lleva a volver la vista a las
pequeñas cosas que suceden en derredor, y que en otros momentos no habíamos
acaso tomado en cuenta. Quizá lo que acontece
en una maceta del patio, logre provocarnos
mayores asombros que lo que –en otros momentos—habríamos percibido de la
naturaleza a campo abierto. En lo
particular concluyo que ha sido un cambio aleccionador, que permite ver nuevas cosas para enriquecernos.
En la otra mitad de la historia que nos está tocando
representar, de esa novela que algún discípulo de Orwell o de Asimov escondió
para ser descubierta y protagonizada varios años después, hay sentimientos
grises: Nos atemoriza la incertidumbre; el encierro condiciona depresión y
hasta cierto grado de ira. En alguna
medida los dispositivos de comunicación e información nos permiten estar conectados
con otros; a ratos para bien y a ratos para mal. La exposición continua a noticias
desalentadoras termina por desinflarnos el ánimo.
Un elemento salvador en esta crisis sanitaria son los
contenidos de enriquecimiento personal: Música; conferencias; obras de teatro; visitas
virtuales; tutoriales de muy diversa índole.
Una gama de eventos con acceso en general gratuito que nos llevan a
elevar el ánimo. Libros en distintas modalidades:
Relectura de los que tenemos en casa, de los favoritos. Compra en línea o descarga de títulos nuevos,
que, en el caso de los impresos, llegan a nuestras manos sin tener que salir de
casa.
Tal fue el caso de un libro de Gonzalo Celorio intitulado:
“El metal y la escoria”, una reconstrucción biográfica de su familia paterna,
que comienza en la pequeña población asturiana de Vibaño, en la Península Ibérica, y recorre
un largo camino hasta la ciudad de México, pasando como por casualidad por Torreón, Coahuila, en donde identifiqué
personajes de mediados del siglo veinte, entre ellos la familia de un tío
político mío. Así de pequeño el
mundo. Celorio se apega al estilo narrativo
de escribir en dos capas. Una es la
historia que cuenta las anécdotas; otra lo que el autor desea manifestar, la
consigna vital que debe expresar para no morir.
En el caso de “El metal y la escoria”, Celorio escribe para exorcizar
los demonios del Alzheimer que a ratos siente cernirse sobre su vida. Lo hace de una manera muy original, con gran
sentido del humor, para finalmente alcanzar una sana connivencia frente a
sus demonios de temporada, y decide
vivir la vida aceptando lo que es, sus orígenes y sus propios temores.
Con toda seguridad el encierro nos ha llevado a sustituir la
realidad de allá afuera por la virtual.
Nos comunicamos con otros para sentir que estamos vivos; generamos un
arquetipo que nos permita ganar simpatías en la red, lo que representa palmadas
en la espalda, una suerte de recurso para la autoafirmación. Ello también puede generar frustración. Es una nueva forma de desencanto con la cual
tendremos que aprender a vivir, y seguir escribiendo y compartiendo con el
propósito de crear un imaginario colectivo para la pandemia, aun si nadie nos
lo aplaude.
Vamos en alta mar en plena tormenta. A ratos la barcaza personal amenaza con volcarse. No queda más que aferrarse y resistir. Tener fe y –sobre todo—disciplina. Entender que la recuperación sanitaria es labor colectiva que concierne a todos; de
otro modo no se consigue.
La tormenta pasará.
Crezcamos mientras ocurre.
POESÍA por María del Carmen Maqueo Garza
En este encierro
Más bien solitario
Cada tarde me visita la palabra
Saco del armario de mis viejas memorias
La castaña clara
De ellas tomo un fajo entre mis manos
Y comienzo a nombrarlas
Al hacerlo vienen a mí lugares.
Personas, momentos, sensaciones
Vivencias que me conformaron
Y han estado ocultas
En algún pliegue de la imaginación.
Un rato gozo recordando, al siguiente lloro,
Entre una y otra sensación me siento viva
Curioso: Perdimos mucho de lo que teníamos
Y lloramos.
Paradójico: Hemos descubierto
De nosotros mismos
Tanto más que desconocíamos
Ahora es cuando:
Momento de sacar la casta
Y enfrentar la prueba
Con alma de campeones.
El verdadero sentido del dinero: Relato autobiográfico de Katherine Hepburn
Una vez cuando era adolescente, mi padre y yo estábamos haciendo fila para comprar entradas para el circo.
Finalmente, solo había otra familia entre nosotros y el mostrador de entradas. Esta familia me causó una gran impresión. Había ocho niños, todos probablemente menores de 12. años. De la forma en que estaban vestidos, se podía decir que no tenían mucho dinero, pero su ropa era limpia, muy limpia.
Los niños eran bien educados, todos ellos parados en la cola, de dos en dos detrás de sus padres, tomados de las manos. Estaban emocionados por los payasos, los animales, y todos los actos que verían esa noche. Por su emoción, podías percibir que nunca habían estado en el circo antes.Sería un punto culminante en sus vidas.
La madre estaba sosteniendo la mano de su marido, mirándolo como si dijera: ′′Eres mi caballero en armadura brillante”. Él estaba sonriendo y disfrutando viendo a su familia feliz.
La señora de la taquilla declaró el precio. La esposa del hombre soltó su mano, se le cayó la cabeza, el labio del hombre comenzó a temblar. Entonces se inclinó un poco más cerca y preguntó:
“Cuánto dijiste?"
¿Cómo se suponía que iba a girar y decirle a sus ocho hijos que no tenía suficiente dinero para llevarlos al circo?
Esto realmente significa mucho para mí y mi familia."
Aunque no pudimos ver el circo esa noche, ambos sentimos una alegría dentro de nosotros que fue mucho mayor que ver el circo!


