ANTES DE LA TORMENTA
Tuve la oportunidad de asistir al XIII Congreso Nacional de Pediatría, que se llevó a cabo en la ciudad de Guadalajara hace diez días. Al margen de los temas tradicionales para el pediatra, en esta ocasión se dedicó buen tiempo a al abordaje de problemas conductuales y de comunicación. El argentino Ariel Melamud especialista en el estudio del Internet y su impacto en niños y adolescentes, presentó un trabajo con cifras que nos obligan a reflexionar respecto al acceso que tienen los menores a las redes sociales, y el uso que hacen de ellas. Por citar un ejemplo, él ha documentado que tres de cada cuatro chicos que acceden a Internet lo hacen desde su teléfono móvil, por lo que las medidas que los padres establezcan para regular el uso de la computadora en casa no evitan que el chico visite sitios inapropiados para su edad. Una de cada cinco adolescentes ha practicado el sexting, esto es, subir a la red fotografías personales con poca o ninguna ropa. Poco más de uno de cada diez chicos está involucrado en lo que se conoce como cyberbullying, y hasta tres de cada cuatro internautas visitan las páginas que fomentan la anorexia y la bulimia. La edad de mayor riesgo inicia a los nueve años, cuando el chico es técnicamente experto, y siente curiosidad por explorar ciertos tópicos.
Necesitamos partir de una realidad: La pubertad marca el inicio de un proceso de autodefinición en el cual los padres pasan a segundo plano. Claro que los valores que se inculcaron desde la infancia siguen teniendo su peso, pero en esa edad crítica el chico depende más del grupo de pares. Otros elementos que influyen mucho son los que le presentan los medios de comunicación, entiéndase televisión, radio o Internet; puede interactuar con ellos sin la presencia de los padres, por ello su importancia.
Algo ha fallado al momento de insertarnos en el mundo capitalista; a partir del TLC nuestros valores tradicionales se trastocaron y comenzamos a medirnos con base en elementos que finalmente no traducen la valía interna del ser humano. Un buen ejemplo de ello es que en dos ocasiones ha aparecido El Chapo Guzmán en la revista Forbes, lo que le otorga un reconocimiento público por su capacidad económica, al margen del modo como haya amasado dicha fortuna.
Este mismo fenómeno se traslada a la pequeña escala, y entendemos que en las escuelas primarias surja el bullying como un modo de desacreditar mediante la intimidación a cualquier alumno que destaque por mérito propio. El acosador va progresivamente mermando los logros del acosado, a la vez que genera un respaldo del resto del grupo hasta que este último termina prácticamente aislado, abandonado a su suerte, y deseando no volver a la escuela. En ocasiones los propios maestros hacen segunda a los ataques del que intimida, en tanto los padres suelen desestimar los hechos calificándolos como “cosas de niños”. Cifras que nos presenta la Dra. Silvia Peña con relación al suicidio en adolescentes, establecen una clara relación entre bullying, depresión y suicidio.
Otro fenómeno que recién comienza a conocerse, es el relativo al “perreo”, fiestas clandestinas organizadas por adultos, en las que se invita a adolescentes de secundaria a participar en bailes eróticos, así como al consumo de enervantes. Muchas de estas fiestas se llevan a cabo con la complicidad de las autoridades policíacas, y podemos adelantar, ante el total desconocimiento de los padres de familia.
Cuando enfrentamos el hecho de que un jovencito de una familia aparentemente bien integrada se involucra en cuestiones de sexo, adicciones o violencia entre pares, de primera intención no lo entendemos. Sin embargo, si nos remitimos a su proceso de autodefinición, y a su necesidad de aprobación por parte del grupo, comenzamos a hallarle sentido. Lo que el grupo apruebe o procure, él aprobará o procurará, para así satisfacer su urgente sentido de pertenencia.
Ahora bien, el ambiente que nosotros adultos le presentamos a ese jovencito está cargado de genitalidad y de elementos de poder frisando con la violencia. En la medida en que no ofrezcamos a los chicos opciones más sanas para el encuentro personal y la autodefinición, él seguirá echando mano de los únicos elementos que halla en su universo inmediato. Del mismo modo, en tanto no favorezcamos que desarrolle una adecuada autoestima, seguirá estando a merced de la voluntad de otros, y posiblemente se involucre en actividades que no son de su agrado, con tal de no ser rechazado.
Nadie aprende a navegar en medio de la tormenta. A padres de niños pequeños, a educadores y a pediatras nos corresponde prevenir estos problemas, informándonos, observando y ofreciendo opciones sanas de autodescubrimiento y definición personal, anticipándonos así al fragor de la tormenta.
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