Hace más de 10 años en el informe de UNICEF sobre el estado mundial de la infancia 2000, escribió:
El vórtice donde los valores ya no valen, por Ernesto Sábato
Comisión de Personalidades por la Infancia y la Adolescencia de América Latina y el Caribe, Septiembre de 2000.
El tremendo estado de desprotección en que se halla expuesta la infancia nos demuestra palmariamente que vivimos un tiempo de inmoralidad. Este hecho aberrante nos absorbe como un vórtice, haciendo realidad las palabras de Nietzsche: “Los valores ya no valen”.
Para todo hombre es una vergüenza, un crimen, que existan doscientos cincuenta millones de niños explotados en el mundo. Se los ve hurgando en la basura para encontrar algo de comer. O buscan en la oscuridad dónde tender su cuerpito. ¡Qué vergüenza! ¡Adónde hemos llegado! Estos niños son forzados a prostituirse o se ven obligados a trabajar desde los cinco, seis años en oficios insalubres, en jornadas agotadoras por unas monedas, cuando tienen suerte, porque muchos chiquitos trabajan en regímenes de esclavitud o semiesclavitud, sin protección legal ni médica. Sufren enfermedades infecciosas, heridas, amputaciones y vejaciones de todo tipo. Se los encuentra en las grandes ciudades del mundo tanto como en los países más pobres. En América Latina, quince millones de niños son explotados. En nuestras propias ciudades son rematados por cien o doscientos dólares, secuestrados y muertos para vender sus órganos a los laboratorios del mundo.
¡Tanto es el daño, tan cruel el suplicio al que los hemos arrojado! Y esta llaga abierta sobre las calles del mundo nos advierte que algo de la humanidad del hombre se ha eclipsado.
Tan mal se los ha tratado que en sus ojitos, en lugar del candor con que la creación ha dotado a la infancia, late el miedo y la desconfianza radical, y para siempre, de quien no ha encontrado padres en su niñez. A estos millones de niños no sólo les ha faltado el amparo de su familia, sino que tampoco contaron con nosotros, los hombres y mujeres que presenciamos con indiferencia su desamparo. La intemperie de esos primeros años la arrastrarán como una herida abierta por el resto de sus días.
Son niños y niñas que no conocen aquel sentimiento de grandeza que vislumbramos quienes gozamos un horizonte pleno de posibilidades. Ellos, los niños abandonados de hoy, en nada creen, ¡tanto han sido golpeados! Y hacia delante ninguno de nosotros está en condiciones de prometerles siquiera una vida digna.
No podemos cruzarnos de brazos admitiendo, a la vez, la perversidad de un sistema cuyo único milagro ha sido el de concentrar en una quinta parte de la población mundial más del ochenta por ciento de la riqueza, mientras millones de chiquitos en el mundo mueren de hambre en la más sórdida de las miserias.
Por eso, a los hombres del poder les decimos, les pedimos, ¡les exigimos!, el cumplimiento de las promesas que sucesivamente han venido asumiendo. El cuidado de la infancia no puede ser entendido como una tarea más, sino como la decisiva y única posibilidad de recuperar a una humanidad que se siente a sí misma desfallecer. Nada es más importante que alentar este impulso, todo lo que podamos hacer por los niños y niñas del mundo es imprescindibles. Es urgente. Los gobiernos deben comprender que del cuidado de la temprana infancia pesa el destino; es ésta una tarea decisiva para la consolidación de la democracia y el futuro de la humanidad.
La falta de gestos humanos en el uso del poder genera una violencia a la que no podremos combatir con armas, únicamente un sentido más fraterno nos podrá salvar. El objetivo fundamental que los jefes de Estado deben plantearse es el deber de asumir con la mayor gravedad el bienestar de los niños y las niñas, protegiéndolos, y preparándolos para construir, junto a sus hermanos y hermanas, un universo a la medida de la grandeza humana.
En la mirada de nuestros niños está el único mandato al que debemos responder. La orfandad de esa mirada es un crimen que nos cuestiona como humanidad.
Haciendo propias las palabras de Dostoievski: “Cada uno de nosotros es culpable ante todos, por todos y por todo”, salgamos a defender los derechos de los chiquitos desamparados, sin el cuidado que esos años requieren.
Nuestra responsabilidad es insoslayable.
Estos chicos nos pertenecen como hijos y han de ser el primer motivo de nuestras luchas, la más genuina de nuestras vocaciones.
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