lunes, 9 de abril de 2012

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo

VOLUNTAD DE CAMBIO
No ha de tener más de ocho años.  Yendo de viaje lo observé caminando  a lo largo del acotamiento de la carretera entre Mina y el entronque a Espinazo, en el estado de Nuevo León. A varios kilómetros en uno y otro sentido no se  alcanzaba a divisar población alguna.  Aunque la imagen fue instantánea,  se grabaron en mi memoria sus ojos oscuros enmarcados por abundantes  pestañas, y el esbozo de una sonrisa que habrá brotado como corolario de sus propios pensamientos infantiles.   Este pequeño que debe llamarse Martín o Jonathan, con una mano cargaba un saco de plástico parcialmente lleno, y con la otra una herramienta por demás rudimentaria, un palo de madera con un clavo curvado en un extremo.  Lo propio para un pepenador.
   Escenas como ésta me atrapan,  llevan a  considerar  irrelevante cualquier otro asunto para traerlas como tema urgente al terreno de  la palabra escrita, y así señalar lo que nunca  resultará ocioso señalar, y más ahora, en tiempos de campaña:   México tiene infinidad de asignaturas pendientes de primerísimo orden, asuntos que  se vuelven invisibles tras los pliegues de lo que llegamos a ver como cotidiano.
   Frente a imágenes como ésta,  fugaces pero a la vez tan poderosas, todo lo que se dice en las campañas de los presidenciables comienza a resultar hueco.   Las cifras de la macroeconomía vienen a estrellarse  hasta hacerse añicos  en tanto uno solo de nuestros niños tenga que exponer su vida y su integridad de esta manera.
   No vamos a culpar a los padres.  Enviar al chiquillo a  recoger botes de lámina constituye solamente un eslabón más de la larga cadena de acontecimientos sociales relacionados con la pobreza.   Algo similar a lo que  sucede con los candelilleros de Coahuila, familias enteras que viven de milagro en medio del desierto, ocupadas  en recolectar y quemar la candelilla para obtener la cera cuyo precio al intermediario es irrisorio.  De suerte tal que habrá de trabajar la unidad familiar durante largas jornadas, para sacar lo mínimo necesario para la supervivencia.
   Mi señor padre fue constructor.  Me recuerdo desde muy pequeña acompañándolo a la obra semana tras semana para atestiguar el milagro que representaba partir de los cimientos por debajo del nivel del suelo, hasta coronar en losas que constituyen el techo de la edificación.   Siendo muy pequeña aprendí que no era posible trabajar en sentido contrario, esto es, iniciar por los techos y terminar por los cimientos, pues la estructura no tendría manera de sostenerse.  Es una lección que se quedó conmigo para siempre, y que puedo aplicar en diversos momentos de mi vida.
   Nuestro sistema de gobierno  demuestra cierto grado de orfandad en este sentido, o sea,  actúa como si nunca  hubiera contado con un padre constructor que le instruyera al respecto.   Muchas de las veces este sistema se dedica a orientar esfuerzos y presupuestos en hacer obras lucidoras y hasta ostentosas, descuidando  dolorosamente aspectos como la infraestructura urbana, o los servicios de salud y educación.   De esta manera seguimos teniendo niños como Martín o Jonathan que ponen en riesgo su vida por unos cuantos pesos, y que definitivamente    quedan al margen de toda posibilidad  para aprender a leer y a escribir en un medio rural tan desprovisto de oportunidades.
   Yo estoy dispuesta a apoyar a un candidato que demuestre con su trayectoria en hechos –no en palabras—que ha estado comprometido con los sectores más desatendidos del país.  Estoy dispuesta a votar por quien destine parte de sus gastos de campaña  para planificar un proyecto de nación que empate las enormes necesidades históricas que tiene México.  Alguien que reste importancia a la imagen del mercadeo, y muestre verdadera sensibilidad a los asuntos urgentes de los más necesitados.
   Apoyaría decididamente a quien demuestre conocer en qué condiciones se encuentran las clases marginadas, y cuáles son los apuros económicos de cada día en los hogares de clase media y media-baja.  Muy al margen de los indicadores de Wall Street, o las calificaciones de Standard and Poor’s que pueden presentar una realidad artificial, una falacia.
   Quiero un candidato sencillo, libre de acartonamientos, que no tema mirar de frente a quienes hoy  elevan enérgicos reclamos por  razón de la inseguridad derivada de la delincuencia organizada.  Un candidato bien informado, que conozca y se identifique con  los problemas que aquejan al país.  Un aspirante a la presidencia que no tema decir “no sé”, acompañado de  un “pero vamos a estudiarlo y a trazar la mejor solución.”
   Llega un momento en que la imagen que venden los medios nos marea y cansa.  Necesitamos entrar en contacto con el ser humano detrás de los candidatos, para comenzar a creer en que existe una voluntad de cambio que nos lleve a enderezar al país.

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