UN LEGADO DE AMOR
“El amor es la fuerza más sutil y penetrante.” Gandhi.
Cada uno de nosotros somos protagonistas de una página de la gran novela cósmica. Nos corresponde albergar dentro de la cuartilla de la propia vida nuestros ideales, nuestras derrotas, los momentos de gloria, y los más grandes dolores.
Dentro de la mía en estos días cierro círculos con relación a un quebranto de salud que parece superado en buena medida, lo que coincide con un año más de vida en mi calendario personal. Además se agrega una línea argumental que quisiera no haber tenido qué desarrollar.
En estos tiempos cuando los anti-valores pugnan por dominar al mundo, hay elementos que mantienen su vigencia. El significado que llegan a tener las mascotas en la vida de una familia es uno de esos elementos que no pierden su valor. Su compañía en la vida cotidiana nos ofrece la oportunidad de revisarnos y ser más humanos.
Ahora viene a mi memoria la multipremiada novela “Salón de Belleza” de Mario Bellatín ubicada en los ochentas, dentro de la cual los peces del acuario tienen un especial simbolismo para el personaje central, un peluquero que convierte su salón de belleza en “Moridero” para enfermos terminales de SIDA. O bien, en otra de sus obras Bellatín da un tratamiento singular a los treinta perros héroes que cuidan a su dueño minusválido.
Algo parecido sucede con la gata de Shozo, personaje de J. Tanizaki, un hombre que vive una terrible soledad rodeado de mujeres, y que encuentra en aquel felino cargado de simbolismo un sentido para evitar caer en las garras de la muerte. O bien, los personajes de George Orwell en su obra “Rebelión en la Granja”, una crítica a los sistemas de gobierno rígidos que prevalecieron durante la Segunda Guerra Mundial. El dueño de la granja se ve confrontado por todos los animales de la misma, encabezados por el Cerdo Mayor quien lidera al grupo hasta que éste madura en su organización, algo que sucede justo antes de que el Cerdo Mayor muera.
En mi cuartilla personal puedo decir que un conejito de la raza lop llegó a la familia hace poco más de dos años. Lo que parecería fruto de la casualidad se convirtió para mis hijos y para mí en la gran oportunidad de convivir con un animalito gracioso e inteligente que aprendió destrezas poco comunes para su especie, pero sobre todo hacerlo con una mascota siempre dispuesta a manifestar su cariño por todos los medios que él conocía: Habitualmente lo hacía girando en círculos de manera interminable alrededor de nosotros, primero en un sentido y luego en el contrario, en lo que yo llamaba divertida “amores conejos”, y que se activaban en cuanto él tuviera oportunidad de hallarse próximo a nosotros.
De un conejito se aprende la gratitud, algo a lo que los humanos no siempre somos proclives; agradecer por lo que recibe, muy al margen de lo que creamos merecer. Para el conejito cualquier regalo era motivo para emprender toda una fiesta, así fuera una zanahoria, dos hojas de lechuga o un plato de “copetes” de apio.
Lo dicen de los perros, yo lo hago extensivo a los conejitos: Una mascota siempre nos recibe con alegría, sin importar si nos tardamos mucho en atenderla. Lo hace con un gusto desbordante, como si nuestra presencia fuera el mayor regalo dentro de su pequeña biografía.
Una mascota sabe guardar lealtad absoluta a sus dueños, y estará ahí para acompañarlos en todo momento sin cuestionar, sin condicionar, sin limitar, aún cuando la traten de manera ingrata.
Siendo una especie tan nerviosa y frágil, el conejito aprendió a tenernos confianza, algo que nos demostró a través de su comportamiento durante estos dos años en nuestro hogar. Obvio, en presencia de personas extrañas, retomaba sus instintos silvestres y huía.
Otro elemento que aprendí de él fue la paciencia. Sabía esperar quieto en su lugar hasta que le llamáramos, y de aquella figura inmóvil surgía en cuestión de minutos un activo animalito que corría a su caja de arena a cumplir con lo que se le pedía antes de poder entrar a la casa.
Me quedo con un sinnúmero de memorias lindas que contrastan dolorosamente con lo que fueron sus últimos días a nuestro lado, aquejado de un mal neurológico que lo llevó a la muerte. Mis hijos y yo poco o nada pudimos hacer frente a la progresiva pérdida de coordinación motriz y la aparición de terribles convulsiones que fueron aumentando en frecuencia e intensidad hasta el final. ¡Qué doloroso no estar en condiciones de hacer nada realmente efectivo por aliviarlo!
Aún así nos deja con su vida un legado de amor, un gran tratado para aprender a ser mejores personas.
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