¡QUÉ VERGÜENZA!
Hace ocho días, cuando en esta franja fronteriza acababa de arrancar
el sabroso horario de invierno, mis
vecinos y yo lo hicimos con grandes
sobresaltos. Al filo de las 6.15 de la
mañana se escuchó un estruendo espectacular, al que se siguió una secuencia de
estruendos de menor intensidad, pero de hecho muy alarmantes. Pensé que se
hubiera estrellado un artefacto al frente de la casa: Un vehículo de cuatro
ruedas no podría ser, pues tendría que haber brincado como chapulín el área del
estacionamiento para venir a caer en la sala…quizás una avioneta.
Luego de asomarme y no ver nada raro, pensando que habría sido una
pesadilla 3D, no acababa de recostarme cuando nuevos impactos sonoros me
pusieron en pie, y en unos cuantos minutos los vecinos de dos cuadras a la
redonda nos hallábamos en la calle preguntándonos qué habría sido aquello. Pronto lo supimos, ante la disminución en la
demanda doméstica de energía eléctrica, los transformadores se habían sobrecargado.
Para cuando tal cosa concluimos,
ya se había quemado un tomacorriente de mi oficina, y se fundió un televisor de
la recámara. Afortunadamente no hubo
otros daños, aunque de entrada yo pensé que las pérdidas habrían sido muy superiores. El televisor que se quemó estuvo conmigo
durante muchos años, y de hecho ya suponía que a partir del apagón analógico
tendría que cambiarlo por un aparato digital.
El incidente ocurrido me ahorró el tener que elaborar mi duelo frente a un
aparato que fue leal en sus colores y en su sonido hasta el último momento, y
que vino a morir de forma heroica, fulminado por una sobrecarga de corriente.
Ahora me enfrento a otro dilema: ¿Cómo o dónde depositar al
difunto televisor? Es un problema que ya
se veía venir con el anuncio del apagón digital que implicaba la entrega por
parte de la SCT de 13.8 millones de
televisores digitales en todo el país. Claro, esos son los regalados, a los que
hay que sumar casos como el mío, de la sustitución de un analógico por un
digital por la vía de la adquisición. Y
a esto hay que sumar computadoras, impresoras, teléfonos celulares y tantos
artefactos electrónicos que desechamos
periódicamente y que generan una gran cantidad de basura electrónica, asunto que nadie parece muy preocupado por
solucionar.
Lo que los norteamericanos denominan “e-waste”, o basura
electrónica, solamente durante 2008 alcanzó un total de 3.16 millones de
toneladas, de las cuales se recicló un 13.6%, considerando que el 70% de la misma
es tóxica para la tierra. Los números
indican que por año se desechan en los Estados Unidos 300 millones de
computadoras y mil millones de teléfonos celulares, cantidades que no acierto a
visualizar con los ojos de la imaginación,
pero que indudablemente son muy elevadas.
Por desgracia no encontré cifras equivalentes para nuestro país, no dudo
que existan, o más bien, deberían
existir, pero no las hallé, y al menos
en esta ciudad fronteriza no hay un sitio adecuado donde ir a depositar toda
esta basura electrónica. En mi caso
particular debo confesar que tengo en casa dos impresoras, una CPU y un juego
de teléfonos fijos, y dos o tres teléfonos celulares que conservo, pues
simplemente no hay manera de deshacerse de ellos sin contaminar. Pregunté a las autoridades municipales qué
hacer, pero tampoco tuvieron una respuesta, y muy seguramente, como estoy yo,
habrá mucha gente haciéndose la misma pregunta, y a lo mejor otra cantidad
similar de personas arrojándolas directamente a la basura, con graves daños
ambientales. Quemar electrónicos genera dioxinas (altamente cancerígenas), así
como desechos de bromo, bario, cromo, mercurio, berilio y cadmio, algunos
capaces de provocar daños a órganos vitales; en particular el bromo es
teratógeno, esto es, productor de malformaciones congénitas. Incluso algunos teléfonos celulares al ser
incinerados liberan productos terminales del plomo, altamente tóxico para el
sistema nervioso central.
Los circuitos de los teléfonos celulares contienen oro y
plata, que finalmente se pierden, cuando su reciclaje podría generar
importantes ganancias para el país. En
la Unión Americana por un millón de celulares se recuperan poco más de 700
libras de plata y 75 libras de oro.
No es un problema fácil, pero sí de urgente solución. Muchos organismos transnacionales pueden asesorar
a países como el nuestro para el diseño de mecanismos que permitan la
disposición de esa basura electrónica, e incluso su reciclaje. Como ciudadanos habrá
que informarnos y luego exigir. Aquí un documento
muy completo que me encontré al respecto:
Una vergüenza descubrir que Ghana sí recicla su basura
electrónica y nosotros no…
El productor es el que gana, por lo tanto debemos proponer que el productor sea el encargado de reciclarlo y todos saldríamos ganando, bueno, eso quiero creer.
ResponderBorrarExiste un gran hueco en la legislación a este respecto. Hay mucho que hacer en cuestión de reciclaje, pero ha faltado voluntad para estructurar as correspondientes leyes y normas, finalmente para beneficio de todos.
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