domingo, 5 de junio de 2022

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

PARADOJA
La invasión de Ucrania evidencia una faceta del ser humano que conocíamos poco. Los de más edad quizás recordaremos reminiscencias de lo que fue la Segunda Guerra Mundial; habrá unos cuantos –longevos—que la hayan vivido en forma directa. Corea, Viet Nam, la guerra entre Irán e Irak, Afganistán; el Golfo Pérsico y Siria han impactado a una porción menor de la población mundial. Ucrania desde el primer momento se convirtió en una noticia de gran peso mediático, tanto por la brutalidad y la celeridad de la invasión rusa, como por el propósito del presidente Zelenski de ingresar a la OTAN para tener un respaldo frente al ataque soviético. 

Nos hemos familiarizado con las imágenes que muestran largas filas de ucranianos que abandonan su país obligados por la violencia. Vemos adultos jóvenes y mayores cargando una o dos maletas con lo que ellos consideran sus pertenencias más importantes, mientras van dejando atrás, quizás para siempre, su casa y su tierra. Ello me pone a pensar hasta qué punto estamos preparados para desprendernos de nuestras posesiones. Siento que es un buen momento para reflexionar en ello. 

Después de la época de la colonia, el mundo ha ido ensayando diversos regímenes de gobierno. Fueron quedando atrás los sistemas monárquicos para llegar a modos de gobierno en los cuales los intereses de la población general se han ido tomando más en cuenta. La introducción del sistema capitalista concede a cada ciudadano la posibilidad de labrar un patrimonio propio que garantice la seguridad económica personal y de su familia. Dentro de las consignas que se asocian a la palabra “democracia” se encuentra la “justicia”. Esto es, se busca que las oportunidades que el capitalismo provee sean similares para todos los ciudadanos. Cierto, como en cualquier grupo humano, se establece una campana de Gauss: en un extremo están los que menos poseen; en el opuesto los más ricos, y en la porción media todos los demás. Ello nos lleva a una pregunta: ¿Hasta qué punto es válido acumular posesiones más allá de lo preciso para cubrir nuestras necesidades? Hay pensadores que atribuyen el enriquecimiento, hasta niveles absurdos, al imperativo de tener lo suficiente ante la eventualidad de una futura escasez. Vemos casos de individuos tan ricos, que alcanzarían a proveer de todo lo requerido hasta la cuarta generación de sus descendientes, lo que apunta hacia una desigualdad social mayúscula. 

Bien, volviendo al punto inicial de la reflexión: Si yo tuviera que abandonar mi casa, tal vez de por vida, colocando en un par de maletas lo más necesario: ¿Qué llevaría? En un ejercicio de la imaginación podríamos revisar nuestras pertenencias y mentalmente colocar las que quepan en las dos valijas. Pasará algo interesante, al final del ejercicio mental descubriremos cuáles son las cosas más importantes para nosotros. Casi podría apostar que son objetos que tienen que ver con nuestra salud, los orígenes, la familia y los afectos, más que otra cosa. 

Bajo esta óptica habría que revisar qué tanto dinero invertimos actualmente en bienes materiales y qué tanto en generar memorias perdurables. Cuánto es lo que pagamos por comprar la versión mejorada de X o Y producto, y cuánto podríamos ensanchar nuestras experiencias de vida, ya sea leyendo, conviviendo o viajando. Roguemos al cielo porque nunca vivamos una situación de emergencia como la que pasan los ucranianos, de manera que tengamos que elegir qué meter en la maleta que nos acompañará fuera de nuestro entorno. Eso sí, hay un hecho que, independientemente de lo que nos toque vivir, llegará en su momento: la muerte, que es la misma para todos, insobornable y definitiva. Con nada llegamos y con nada nos vamos al momento de partir. Es conveniente no perderlo de vista. 

Hemos sabido de rupturas familiares por cuestiones económicas, muy en particular en torno a herencias. Los intereses financieros por encima de los lazos de unión familiares, y los hermanos terminan distanciados, considerándose unos y otros agraviados por el resto de la familia. Un testamento debidamente notariado provee de una tranquilidad a futuro, previene esos conflictos tan ridículos como terribles. 

La vida es una paradoja, a ratos absurda, a ratos cruel. Una obra de teatro en la cual se representan aspiraciones y pasiones de los personajes, que llegan a extremos difíciles de creer. Actuamos como si tuviéramos la inmortalidad comprada, y hubiéramos de luchar con uñas y dientes por aquello que poseemos, cuando, es posible, que mañana al amanecer ya no estemos aquí para usufructuarlo. Coleccionar vivencias, momentos, lecciones de vida. Terminar cada día con una experiencia nueva. Guardarlas todas en el corazón. Andar con las maletas livianas lo que resta del camino.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario