domingo, 26 de mayo de 2024

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Desde niños nos acostumbraron a consentirnos a través de las golosinas. Mientras más bien nos portábamos, o si se nos quería consolar, entretener, manifestarnos el cariño, no había mejor opción. Así aprendimos a encontrar en ello, el recurso que menguaba nuestra tristeza, que nos alegraba el momento más triste y que podía sustituir caricias o recompensas de otro tipo.

Convertimos a los dulces y la chatarra en ese premio cotidiano que nos devolvía la sonrisa o premiaba nuestros esfuerzos, desde muy pequeños.
Un desacierto por donde quiera que se le vea, que simplificaba aparentemente el resolver conflictos, sin analizar ni un poquito lo que a la larga podría llegar a ser, y de hecho ya es, un gran problema de salud.
Por un lado emocionalmente, porque nuestra incapacidad de tener estrategias para demostrar el cariño sin intermediarios que resultan nocivos, nos menguaron capacidades de comunicación entre adultos y niños. Perdieron valor cosas tan significativas, como el hacerles apreciar un abrazo, un paseo, un juego compartido, o bien ofrecer en vez de dulces, un alimento que no fuera azúcar o chatarra, porque definitivamente implicaba más tiempo y dedicación, se agotaron las estrategias para encontrar como consentir.

Para colmo, la publicidad, la mercadotecnia favoreció esta actitud, y la OXXOmanía llegó a convertirse el aliado perfecto para que esta práctica se normalizara, y fuera parte ya de la rutina, a veces diaria de nuestras vidas. Tenemos una tienda de autoservicio en cada esquina, que pareciera tener imán para adultos y niños, como si fuera la Disneylandia que nos lleva a la mágica sensación del placer, encontrando desde alcohol, refrescos, golosinas, frituras con los más variados saborizantes que hacen una explosión de sabor (ojalá fuera solo de sabor). No hay mejor refugio donde se logren conciliar diferencias entres niños y adultos.

Triste panorama el que hemos llevado a la total normalización, que nos facilita el daño que en nombre del cariño y del apapacho hacemos a nuestros niños, y del cual nos iremos dando cuenta la mayor parte de las veces en la adultez, aunque a decir verdad cada vez es más temprana la presentación de enfermedades causadas por este tipo de productos.
Por un lado la tecnología que nos aleja del contacto con los niños, por el otro la falta de tiempo en esa búsqueda de tener los satisfactores suficientes para su crianza, y la poca ayuda que la industria alimentaria ofrece para no generarnos esa dependencia de productos dañinos, nos lleva cada día más a dejar en manos ajenas la formación integral de nuestra población infantil.

La responsabilidad empieza en nosotros mismos, con el ejemplo, con la imposición de límites, límites que se establecen a partir del cariño y la afectividad.  Quizá hoy sea un buen día para empezar.

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