POR UNA CONSTRUCCIÓN DE PAZ
Acabo de terminar un curso por demás interesante acerca de
aproximaciones para la construcción de paz. Lo hallé altamente esclarecedor;
puso en contexto ideas y políticas que sabemos que existen, pero que, cuando
menos en mi caso, no había analizado desde sus orígenes, modos de acción y
resultados esperados. Por un momento me remitió al lema del movimiento hippie:
“Amor y paz”, entendido desde su connotación más amplia.
Me topé con un concepto que deseo comentar aquí: “Crematística”,
término aristotélico utilizado para definir el arte de adquirir riqueza y
acumular dinero, independientemente de su uso o valor para la cobertura de
necesidades básicas. A diferencia de la utilidad
práctica de la economía, la crematística se enfoca a la acción de acumular
obsesivamente, sin un fin particular y sin tomar en cuenta el entorno. Pese a su antigüedad, me parece un término
más que vigente en nuestros tiempos, y que se asocia a lastres sociales como la
corrupción y la impunidad que tanto castigan a nuestras sociedades.
Dentro de las políticas de procuración de paz se habla de
proveer a nuestras fuerzas de seguridad de un salario digno que las valide
frente a la sociedad y que permita a sus elementos desempeñarse apegados a la
ética. Esto es, la distribución
inteligente y amorosa de recursos, facilitará la construcción de una sociedad
con los valores que tanta falta nos hacen.
Dentro de los mitos de nuestro imaginario colectivo, hablar
de amor como ingrediente de las políticas públicas resulta poco habitual,
además de que se presta a malinterpretaciones.
Buscar políticos que amen a sus votantes y los traten de la mejor
manera, lejos de ser un absurdo es una necesidad muy urgente entre todos
nosotros. Precisamente el capitalismo
neoliberal nos ha llevado a una epidemia de soledad en la cual todos nos
sentimos aislados, invisibles, que no somos tomados en cuenta por otros. Lo que tenemos más a la mano para huir de esa
soledad existencial, son las pantallas digitales, que se han convertido en una
especie de apéndice de nuestra propia persona. Es así como nos hallamos
constantemente expuestos a ideas lanzadas en forma intermitente a través de las
redes sociales. Nos compelen a comprar para ser; a alinearnos en el sentido en
que las figuras del momento llamen a hacerlo.
Por esta razón es que autores como la inglesa Noreena Hertz, en su libro
“El siglo de la soledad”, o la propia Hannah Arendt en “Los orígenes del
totalitarismo”, consideran que somos proclives a engancharnos con populismos de
derecha, que se dirigen al corazón más que a la razón.
El vacío existencial que amenaza con engullirnos tiene su
raíz en la creencia de que lo que somos, lo que podemos o no lograr, proviene
del exterior. Se nos ha olvidado
procurar la soledad productiva que lleva a espacios de mí-conmigo para
conocerme, descubrir mis virtudes, reconocer mis limitaciones y definir mi
proyecto de vida único, que no tiene por qué parecerse a ningún otro. Solemos manejarnos, la mayoría de las veces
de modo inconsciente, esperando ver qué nos cae desde afuera para construirnos,
o qué debemos evitar del exterior para no ser dañados. Subestimamos la enorme capacidad que hay
dentro de nosotros mismos, que, a final de cuentas, debe de ser la que lleve el
timón de mando de nuestra existencia.
En ese esperar lo que venga del exterior es donde tiene
sentada su enorme fortaleza el consumismo. Nos ofrece productos,
actualizaciones y demás susurrándonos frases atractivas: “Para que triunfes,
para que te quieran, para que destaques.” Y en nuestra candidez como
internautas y tomados por el factor sorpresa, convertimos en gran prioridad la
adquisición de mercancía y de marcas, apelando a nuestra necesidad de
pertenencia. Conforme se actualizan los
inventarios del mercado y salen nuevos productos, ese vacío interior se vuelve
a percibir como algo inminente por llenar.
“Crematística”: Una gran palabra que habrá que volver a
incluir en nuestros diccionarios, puesto que está cien por ciento vigente en las
interacciones sociales y económicas que llevamos a cabo. Un término para recordar cuando nos sentimos
compelidos a comprar por comprar; por exhibir; por asemejarnos a los modelos
que nos vende el comercio en la esfera exterior. Detenernos por un momento y preguntarnos de
qué modo ese nuevo producto contribuirá a hacer de nosotros mejores seres
humanos, compasivos, sensibles o solidarios, hacia la creación de un mundo más
digno y feliz. Razonar si adquirir ese
producto nos va a provocar una descarga momentánea de dopamina que pronto se
agota, o si en verdad va a contribuir a regalarnos una vida profundamente auténtica,
plena y gratificante, que sane ese vacío existencial que tanto nos amenaza.
Excelente trabajo y de gran actualidad los conceptos vertidos
ResponderBorrar