DESDE MI VENTANA
La vida es una continua enseñanza. No todas las lecciones son fáciles.
Habrá algunas que vamos aprendiendo sobre la marcha, con los sentidos abiertos a capturar aquello que se nos ofrece para conocer, para admirar, para amar.
Del mismo modo vienen tiempos de mayores enseñanzas, aquéllas que se adquieren en medio de aguas turbulentas, pero que una vez superadas nos permiten inaugurar un nuevo modo de ver las cosas.
Cada uno de nosotros tiene la percepción de un ser superior, de una fuerza rectora que mantiene un orden de cosas, y que a la vez representa nuestro asidero en los momentos difíciles. Podemos representarlo de una manera personalísima, pero es en esencia esa figura que nos mantiene los pies sobre la tierra y el corazón en alto. Difícil resulta andar el camino sintiéndose el resultado de una mera casualidad de la materia, sin un origen y un fin más allá de este plano terrenal, pero sobre todo sin un principio al cual apelar en los momentos de dificultad.
En lo personal creo en el Dios que me inculcaron mis padres desde pequeña; ha sido una presencia viva y constante que me acompaña, aún en aquellos ratos cuando mi soberbia o mi descuido me hacen ignorarlo. Él siempre ha estado allí, no precisamente para darme lo que yo quiero, sino para enseñarme a acoger sus designios con mansedumbre.
Las crisis son, sin lugar a dudas, momentos cruciales en nuestra existencia. Llegan cuando menos las esperamos, o vienen a coronar un proceso que se venía dando de una manera poco perceptible, hasta que aquellas condiciones se manifiestan en toda su expresión. En tales momentos hay crisis de la persona, de la familia, y en fin, de todo el entorno. Fácilmente nos gana la angustia; la elaboración de un proceso de duelo inicia la mayoría de las veces de manera dramática, con un: “¿Por qué a mí?”, y muchas de las veces se queda atorado en ese punto para mayor desgaste emocional de los involucrados.
Para muchos cristianos estos momentos de dificultad son “una prueba” que Dios manda; en lo personal los encuentro más como un proceso de crecimiento interior que nos da la oportunidad de descubrir nuevas cosas, de encontrar mayores motivos para seguir adelante con alegría y entusiasmo.
En tiempos como los que nos está tocando vivir, no es infrecuente escuchar reclamos en el sentido de que cómo es posible que Dios permita que suceda todo lo que está sucediendo. Y aquí habría que razonar si en realidad este caos que hoy sufrimos es una imposición del cielo, o más bien resultado de nuestros pequeños descuidos, de nuestras omisiones cotidianas, de aquellos “no pasa nada”, que ahora, convertidos en un alud, amenazan con asfixiarnos. Por otra parte, para los cristianos, Dios extiende su promesa de vida eterna, pero nunca nos dijo que la vida eterna estuviera en este mundo.
Un momento de crisis es algo así como la parte más poderosa de una pieza musical; el momento cuando los instrumentos se expresan con fuerza, decididos a hacerse escuchar por el resto de la orquesta. En el caso de una sinfonía, lo que el primer movimiento presenta como tema musical, y el segundo susurra para mostrarnos su esencia última, el tercer movimiento brioso toma, eleva, engrandece, lleva al culmen y nos prepara para el cuarto y último, donde finalmente el tema de un principio ha madurado y puede presentarse ahora de una manera consolidada y por demás bella, hasta su final.
Algo así son los momentos de dificultad en nuestra vida: Oportunidades para revisar el rumbo, para desechar todo aquello que entorpece la marcha; para replantearnos la ruta, y una vez superado el escollo, reemprender la marcha con renovada energía. Todo ello se facilita en gran medida cuando avanzamos bajo la sombra protectora de ese principio rector que da un sentido último a cada uno de nuestros esfuerzos, a nuestros propósitos de superar las dificultades, permitiendo que las pequeñas heridas sobre la piel pierdan importancia frente a la enseñanza final.
En medio de la crisis, cuando un trago de agua llega a ser tan significativo, aprendemos cuán necesario es cuidarla, evitar que se nos acabe. Cuando una caricia nos hace sacar toda la fuerza de nuestro ser, aprendemos la importancia de prodigar esas mismas caricias a nuestros seres queridos. Cuando hay personas alrededor nuestro, que ponen todo su ser por ayudarnos a salir adelante, entendemos que no todo está perdido sobre la Tierra. Cuando percibimos el dolor de los nuestros, entendemos cuánto nos aman y nos esforzamos a partir de entonces por ser mejores.
Las crisis nos facilitan nuevas ventanas para mirar al mundo, cuando las acogemos desde el corazón, como nuevas oportunidades de enseñanza.
Esta hermosisimo! Me encanta como pones el corazon en la pluma y la alegria de vivir que tienes. Dios te bendiga
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