DE PANZAZOS Y ABRAZOS
La presente es una de esas ocasiones cuando debo escribir para exorcizar algo que me viene quemando dentro. Mientras me apresuro a encender la computadora, me causa sobresalto escuchar a la distancia la sirena de una ambulancia…
Acaba de estrenarse en salas “De panzazo”, documental que exhibe el pobre nivel de la educación en el país. Algún colega pediatra la desestimó argumentando que plantea un problema pero no da soluciones. En mi opinión la función del periodismo es documentar los hechos; ya corresponderá a la sociedad hallar soluciones. En este tenor quiero plantear un problema, y como la película, no tengo la solución ni es mi tarea hacerlo, pero ello no me exime de la obligación de denunciar.
Quienes escribimos tenemos dos deberes morales, el primero es capturar hechos, leer silencios, dar vida y voz a las instantáneas que cruzan frente a nosotros, y que unas veces nos tocan, y otras más nos atrapan. El segundo es dejar constancia.
Esta misma tarde regresaba de un procedimiento dental prolongado, ansiando llegar a casa. Avanzaba teniendo vía libre hasta un cruce donde obliga el alto; en ese punto me enfilé para dar vuelta a la derecha, en tanto delante de mí había otro vehículo que intentaba dar vuelta a la izquierda. Intempestivamente apareció detrás de nosotros un tercer vehículo que se desplazaba a toda velocidad, y que sin reducirla acaso, pretendió adelantarse al vehículo que doblaría a la izquierda, y al no conseguirlo se atravesó delante de mí para dar vuelta a la derecha. A esa misma velocidad continuó prácticamente “volándose” todos los altos hasta que lo perdí de vista a la distancia.
En el interior alcancé a ver a una chiquilla de unos diecisiete años; lo que pude advertir en su rostro fue un rictus de enojo y frustración, al grado que parecía no importarle lo que pudiera provocar su irresponsable modo de conducir. Ya no digamos que no le preocupara qué llegara a causar a otros, simplemente se percibía a la distancia que le daba igual estrellarse y morir.
Camino a casa después del incidente, revoloteaban en mi cabeza un montón de ideas: Una cosa era muy evidente, la chiquilla se hallaba sumamente alterada, entonces quise imaginar qué habría podido causar tal frustración y enojo. Lo más sencillo, un pleito con el novio, o un disgusto con sus padres, o un contratiempo en la escuela, o algo que no salió como había planeado…. Entonces me puse a especular cómo iría a reaccionar frente a problemas mayúsculos como los que hemos atravesado quienes hoy bordeamos la adultez intermedia. Una quiebra económica, una enfermedad incurable, la muerte de un ser querido, cómo irá a enfrentarlos, cuando ahora lo hace desafiando a la muerte.
Éste es el punto de mi escrito donde ya he sacado lo que traía adentro y me siento liberada, aunque el problema siga colgado de la nada, sin visos de solución. No podría atinar a decir cómo resolverlo; se vislumbra como algo a tal grado complejo, con tantas facetas, que sería una fanfarronada decir que existe una receta mágica para desaparecerlo. Habrá más bien que analizar el caldo de cultivo en el que se desarrollan adolescentes con tan baja tolerancia a la frustración, a quienes parece no importarles matar o morir ante cualquier contratiempo. Y luego desentrañar qué elementos moldearon a esta chica de pequeña, qué tanto hubo de soledad o maltrato, al grado que hoy demuestra no poseer un solo gramo de amor por la vida.
“Mexicanos Primero” realizadora de la película “De Panzazo”, es una ONG que merece todo mi respeto y reconocimiento. De forma paralela el Consejo de la Comunicación conmina a los padres a leer con sus hijos durante veinte minutos al día para mejorar su educación. Algo equivalente se apetece sugerir a los padres para la formación de niños que amen la vida, veinte minutos de atenta y real escucha, veinte minutos de abrazos, veinte minutos de plática y de risas. ¿Será acaso mucho pedir?...
Mientras esperaba al dentista me tuve que recetar un rato de “Señorita Laura” asquerosamente desbordante de lágrimas, mocos e imputaciones bizarras, que no por nada capturan la atención de la gente, aún cuando uno quiera sacudirse el programa como si de un bicho se tratara. Ya en casa, con esta mezcla de ideas y percepciones, se instaló una pregunta muy simple: ¿Cómo es que siempre hay tiempo para tantas tragedias ociosas, y no lo hay para amar a los hijos “hasta que duela”, como diría Teresa de Calcuta?
La imaginación me juega chanzas; cuando la chiquilla cruzó frente a mí no pude evitar un mal pensamiento, “se va a matar”. Dios quiera y mi sobresalto de hace un rato no resulte ser de mal agüero.
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