LAS OCULTAS RAZONES
“El corazón tiene razones que la razón no conoce”. Blas Pascal.
El bullying representa para el buleador sus quince minutos de fama. Durante ese breve lapso tiene una clara sensación de poder frente al mundo, en el culmen de una autoafirmación personal que aún cuando no es verdadera ni sustentable, provee bienestar momentáneo. Corresponde a una fantasía efímera que pronto da paso a la dolorosa realidad de todos los días.
Desde el punto de vista fisiológico se antoja pensar que junto con el alcohol, las drogas, el chocolate y el sexo, el bullying comparte un mecanismo de liberación creciente de endorfinas capaces de causar gratificación adictiva.
En el curso de la semana que termina, en una comunidad del estado norteamericano de Nueva York, se presentó un caso de abierto hostigamiento en contra de la encargada de la vigilancia en una corrida de transporte escolar. Un grupo de púberes acosaron verbal y físicamente a Karen Huff Klein, mujer de 68 años de edad, mientras grababan una a una sus reacciones mediante un video que luego subieron a la red, y que en los días siguientes a su publicación ha generado reacciones de la más variada índole alrededor del mundo.
Los comentarios provocados por dicho video han recorrido toda la gama de emociones, comenzando por quienes expresan su deseo de retorcerles el pescuezo a los pre-adolescentes, adjudicándoles de paso los epítetos más terribles que pueden existir, hasta expresiones de franco apoyo, que quizás enviaron los mismos buleadores, o bien chicos en circunstancias similares que pasarán a integrar las filas de sus admiradores.
Como si de un experimento de laboratorio se tratara, la lente de la cámara va dando cuenta de la forma como, con las palabras del líder, el grupo de cuatro o cinco chiquillos se va envalentonando, de manera de agredirla con palabras cada vez más lesivas y subidas de tono, pasando del acoso verbal al físico, hasta que la mujer, después de diez minutos de impotencia, frustración y enojo, termina por romper en llanto.
Encuentro a los buleadores como la versión moderna de los mitológicos hermanos Deimos y Fobo, hijos de Ares quienes sembraban terror y temor en torno suyo. Aquellos que hemos trabajado con niños en este rango de edad sabemos que difícilmente alguno de ellos, estando aislado, mostrará tanta agresividad, pero apoyado por la fuerza del grupo las cosas pueden cambiar.
Es una realidad que detrás de esa fanfarronería existe un dolor que se busca acallar.
Que la causa de dicha petulancia suele hallarse en lo más profundo de sus sentimientos.
Que el niño se expresa de manera violenta para, al menos por un rato, olvidar ese dolor con el que vive día tras día.
Una de las necesidades afectivas más importantes para el ser humano es sentirse tomado en cuenta. Sin lugar a dudas todos experimentamos satisfacción al descubrir que somos importantes para otros, particularmente para la familia o el grupo de amigos.
Pero para un niño tener la certeza de que es amado y tomado en cuenta representa algo así como la piedra angular del edificio de su propia autoestima.
El rechazo y la indiferencia que un chico percibe de parte de los suyos lo daña, marcándolo para siempre. Provoca en él reacciones emocionales que van dejando una huella indeleble en su personalidad.
De manera que detrás de esa bravuconería existen oquedades provocadas por la soledad y el abandono, que de alguna manera buscan ser olvidadas.
Más allá de las palabras destructoras se encuentra un chiquillo que se siente rechazado por quienes más debieran amarlo en todo el mundo.
Y que, como tantas otras veces sucede, busca hacer mucho ruido para sofocar los silencios del alma.
No es éste un mal momento para revisar de qué manera padres, maestros y cuidadores estamos entendiendo el bullying, y sus causas. Para luego valorar con mirada crítica si las soluciones que hemos propuesto hasta ahora se encaminan a las verdaderas raíces del problema.
Quizás venimos pasando por alto que la conducta del niño es la punta del iceberg, y que con proponernos eliminar dicha punta no estamos modificando en absoluto el problema de fondo.
La violencia en el bullying proviene de carencias afectivas, que en su mayoría tienen un escenario de disfunción familiar. Mientras no vayamos al origen real, nada va a cambiar.
Castigar al buleador no modifica el hostigamiento. Dado que este comportamiento obedece a una honda necesidad de sentirse vivo y tomado en cuenta, se convierte en un comportamiento vital que no abandonará, una gratificación que consigue quizás por la única vía que conoce para hacerlo.
Bullying: Expresión máxima de un problema social frente al que todos estamos obligados, sólo es cuestión de saber qué responsabilidad nos toca asumir a cada uno de nosotros.
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