EL CAMINO DE HARPAGóN
Esta semana ha sido singular para la economía de nuestro país. A tal grado que frisa con el absurdo, y recuerda la puesta en escena de “La escuela de la mentira” de Molière. Proveniente del vecino país del norte nos llega información de las cantidades millonarias que desde hace diez años se han exportado en efectivo desde México vía HSBC. Se habla de capitales provenientes tanto del narco como de la política, y muy en especial destaca el caso del chino nacionalizado mexicano Zhenli Ye Gon. Todo esto sucede cuando aún no acaba de integrarse la denuncia del caso Monex y Tarjetas Soriana que enturbiaron las pasadas elecciones del día primero.
Pero por otro lado algo que supera la ficción del más imaginativo es el caso de los sorteos Melate y Revancha, en el cual funcionarios de la institución que los organiza, en contubernio con personal de la empresa “Just Marketing”, encargada de video-grabar los sorteos, se repartieron la nada despreciable suma de 160 millones de pesos en tan sólo 8 segundos. En lugar de transmitir el sorteo en el momento cuando se lleva a cabo, invirtieron el orden de los acontecimientos. Primero hicieron el sorteo en privado, lo grabaron, copiaron los números ganadores, los transcribieron a las boletas “participantes”, ¡y “voilá”! Algo tan bien realizado como la trama de “La gran estafa”, cinta interpretada por George Clooney y Brad Pitt, en la cual los galanes logran hacerse de una importante suma mediante un asalto a un gran casino en Las Vegas.
¿Qué representa el dinero dentro de una sociedad consumista, de manera que por conseguirlo el individuo parece dispuesto a todo? Al margen de las cuestiones morales yo me pregunto: ¿Viene a satisfacer necesidades de orden puramente económico, o por el contrario, representa un elemento que el individuo comienza a identificar como un validador de su persona frente al grupo humano, de manera que poseerlo se convierte en consigna vital?
Además, pareciera haber cierta urgencia por poseerlo, digamos, en el caso de Melate y Revancha, una vez cobrado el premio, los autores de aquella bien planeada estrategia, dejaron de asistir a sus respectivos centros de trabajo. Lo que desde el punto de vista laboral es una verdadera estupidez, desde la perspectiva emocional sugiere que al entrar en posesión de esos dineros, los involucrados por primera vez en su vida se sintieron dueños del mundo, de modo tal que renunciar olímpicamente a la esclavitud de un empleo haya significado una suerte de autoafirmación personal.
Con todo lo descubierto esta semana se me vino a la mente la figura de Harpagón, el avaro de Molière, personaje central de la obra del mismo nombre, también conocida como “La escuela de las mentiras”. La trama gira en torno a un viejo usurero, y sus dos hijos, y los líos que se tejen en torno a éstos y a una variedad de personajes que van incorporándose a la trama de la obra, hasta terminar aquello hecho un nudo. Harpagón el viejo y solitario prestamista, en su desmedida ambición es capaz de aplicar hasta a su propio hijo los elevados intereses que lo han enriquecido, aunque a fin de cuentas el viejo paranoico termina teniendo por toda compañía sus propios temores, alucinando de manera enfermiza que lo despojan de su capital. Paréntesis: Ahora que hago mención de esta trama recuerdo allá por 1979 una representación magistral de la obra, con Ignacio López Tarso en el papel de Harpagón, una tarde de domingo en el Teatro Hidalgo de la Ciudad de México.
Lo recién ocurrido nos lleva a la pregunta incontestable que se hacen los filósofos, de si el arte imita a la vida, o la vida imita al arte…
La mayoría de nosotros quizás nos preguntemos qué tenemos qué ver con tales turbios asuntos que ocupan los titulares de la prensa. La respuesta podría ser una, pero a la vez ramificarse en muchas. En primera instancia nos habla de la labilidad del sistema financiero de nuestro país, y frente a ello recrudece el conflicto “a los de a pie”, cuando nos topamos con una serie de requisitos infranqueables a la hora de solicitar un crédito o querer comprar dólares en la ventanilla de un banco. Por otra parte indica los niveles de corrupción que permiten que asuntos como éstos permeen los filtros de seguridad que una institución pueda haber establecido. Y por último, por mencionar alguna más, nos viene a señalar el incontenible potencial creativo del mexicano, que en este caso se orienta a fines alejados de la ley.
Pero finalmente en el fondo queda la gran pregunta: En vista de la función que el dinero parece estar cobrando para la autoestima: ¿Seguimos el camino de Harpagón, o rectificamos?...
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