domingo, 12 de agosto de 2012

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo

CONFIANZA CIUDADANA
Luego de tres semanas de viaje por Francia voy regresando a suelo mexicano con una serie de experiencias que deseo compartir en este pequeño espacio en algunas colaboraciones.  Conocer de cerca otras culturas nos da la oportunidad de medirnos frente a otros, de manera de hacer un detallado examen de conciencia para  poder determinar en donde nos encontramos respecto a nuestro máximo potencial.
   Uno de los aspectos que provocó en mí  un particular asombro se refiere a la confianza que las diversas instituciones tienen en  los ciudadanos.   Un sistema de reciente implantación en los grandes almacenes de aquel país consiste en que al ingresar el cliente pasa una tarjeta de crédito que le permite  tomar un lector óptico con el cual  va marcando la mercancía que ingresa a su carrito de compras, y al salir recibe su cuenta por el  total registrado,  sin que los empleados de la tienda verifiquen si se ha incluido en la cuenta toda la mercancía que lleva consigo.   Hay revisiones aleatorias para alguno de los carritos, y en caso de que haya irregularidades en lo registrado contra lo introducido en el carrito, ahí si a cliente se le impone una marca que dificultará  el crédito en dicho almacén, llegando incluso a cancelarse en caso de reincidencia.
   De muy diversas maneras las instituciones del país galo dan plena confianza al ciudadano, y a su vez, el ciudadano responde a la confianza depositada.  Se aplica el famoso efecto Pigmalión con resultados alentadores.
   Tuve la  fortuna de pasar gran parte de esas tres semanas en  provincia al lado de mi hermana y su familia, lo que me facilitó  conocer de cerca  el comportamiento del ciudadano promedio, alejado por completo de los grandes polos turísticos  que comúnmente conocemos cuando visitamos un país extranjero.   Al  conducir a lo largo de  la extensa red de autopistas que recorren el país puede comprobarse el perfecto estado de la cinta asfáltica,  casetas de peaje automáticas, áreas de descanso e instalaciones sanitarias. Además de que en la ciudad el uso del claxon se reserva para situaciones verdaderamente de excepción, algo de lo que tenemos mucho que aprender los mexicanos que a la primera contrariedad ya estamos invocando sonoramente todo el árbol genealógico del conductor más próximo.
   Los sitios públicos lucen limpios, nadie tira basura.  Vaya, ni en las instalaciones del metro de París utilizado por individuos de muy diversas culturas, muchos de ellos inmigrantes, hay basura. Los servicios sanitarios públicos urbanos son gratuitos y se hallan impecables, mediante un sistema de lavado automático que se activa  después de su uso.  Si acaso en zonas muy aisladas de ciertas poblaciones hay evidencia de vandalismo, fundamentalmente de tipo graffiti, a pesar de que la segunda generación de inmigrantes provenientes de países árabes se ha convertido en la población nini,  dolor de cabeza, tanto para ciudadanos como para  instituciones de gobierno.
   Ante escenas como éstas se antoja imaginar cómo  sería la situación en nuestro amado México: Sanitarios con fallas en el sistema de puertas automáticas, de lavado después de cada uso, o de sistema digitalizado de control, y por supuesto algún vivales cobrando de cuenta propia una cuota de acceso al servicio. La pregunta obligada es por qué, o en qué estamos fallando los mexicanos de suerte que beneficios como los de los países de la Unión Europea, con crisis y todo, sean para nosotros solamente una quimera.
   Traigo en mi mente muy diversas estampas rurales en las cuales destaca el profundo verdor de sus campos, engalanados con extensos sembradíos de girasol de un amarillo tan intenso que hiere las pupilas.   Otros campos en la región de los Pirineos Medios, misma en la que pasé buena parte de este tiempo, se dedica a la siembra de forraje, lo que produce bellísimas postales en cuyas imágenes no hay una sola paja fuera de lugar, tal pareciera que hubieran colocado cada elemento  minutos antes de que pasáramos, para así poder tomar bellas fotografías de la campiña francesa.
   Por supuesto, nada den esta vida es gratuito.  Aparejado a los excelentes beneficios con que cuenta la ciudadanía se halla todo un código de trabajo y comportamiento que se cumple a carta cabal, cada día.   La gente está  trabajando en todo momento, si acaso para algunos con excepción de una hora para la siesta, y descanso de domingo o lunes.  Pero el resto del tiempo es mantenerse activos, tanto desde el punto de vista físico como desde el mental: Creando, componiendo, organizando, administrando, evaluando… Desde las pequeñas compras cotidianas del día  hasta los grandes proyectos de retiro para las personas mayores, muchas de las cuales optan por cambiar la agitada ciudad por el campo.
   Seguiré comentando en futuras colaboraciones, enamorada de aquel país como en su momento estuvo Don Porfirio, de quien, por cierto, habrá mucho qué compartir…

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