domingo, 19 de agosto de 2012

EL ÚLTIMO ACTO: Reflexión por María del Carmen Maqueo Garza


Las malas noticias suelen llegar en rachas.  De este modo ahora que regreso al terruño me encuentro con que varias familias cercanas han perdido un ser querido, como si la muerte se ensañara en contra de este pedazo de suelo.
   Tengo oportunidad de acompañar a dos de estas familias, la de Emmanuel y la de Pablo Fausto.  En el primer caso se trata de un joven y brillante médico  que acababa de concluir sus estudios, recién casado, quien pierde la vida en un terrible accidente.   Hijo de una compañera enfermera del IMSS, cuando llegué a radicar a esta ciudad en 1984, siendo él pequeño, me tocó consultarlo algunas veces, y de cierto modo  fui siguiendo su desempeño académico. En este año, verlo concluir sus estudios e ingresar al campo laboral  hace unos cuantos meses fue una satisfacción suya y de su familia que muchos disfrutamos, y ahora su partida cuando apenas comenzaba a labrar un futuro para él, su esposa y la hija que viene en camino, es sin lugar a dudas  muy dolorosa.
   La otra familia con la que he tenido contacto es la de Pablo Fausto, conocido en el medio literario y teatral como Fausto Morantes.  Nació en el seno de una familia que  tradicionalmente ha visto por la educación en este puerto fronterizo;  cursó estudios de abogacía, pero su alma siempre estuvo casada con las artes.  Llegó de regreso a su tierra  natal en 1985 proveniente de la ciudad de México, y a partir de entonces fuimos contertulios en muy diversas actividades de lo cultural.   Parte tras unas cuantas semanas de enfermedad, dejando atrás una viuda, cuatro hijos y siete nietos, mismos que se han cohesionado en estos momentos de pena.
   La vida es la antesala de la muerte.  En algunos casos es una antesala tan corta que difícilmente conseguimos disociar la una de la otra; en la mayoría de los casos es un lapso de tiempo lo suficientemente largo que nos lleva quizás a sentir que la muerte nunca ha de llegar.  Pero llega, impacta nuestros sentidos y por un rato destroza nuestras vidas, desgarra el corazón, hace tambalearse cualquier proyecto que teníamos en común con quien ahora ha partido.   La muerte se hace presente para recordarnos que no hay plazo que no se cumpla, mientras que nosotros, los vivos, sumidos en el dolor, no acertamos a saber qué hacer.
   Dos elementos vienen a salvarnos de la desesperanza durante esos momentos de pérdida: Por una parte la fe en la existencia de una vida más allá de esta vida, que nos lleva a visualizar cualquier dolor y toda pérdida como un escalón de un  camino único  que cada cual ha de andar.  Por otra parte la familia, esa red de apoyo que se teje en torno a las dificultades,  dentro de la cual, de manera especial, cada miembro constituye un hilo que en conjunto con el resto de hilos forma una urdimbre poderosa que proporciona fortaleza al conjunto.
   Emmanuel y Pablo Fausto han partido.  Ambos han cumplido con la vida de forma sobrada.  Queda en este plano el dolor de sus familiares y la memoria que habremos de conservar quienes los conocimos y apreciamos.
   Sirva esta pausa en nuestro acelerado andar para traer a la mente que la vida es la antesala de la muerte, y que esta última es precisamente el acto final en el cual se puede medir lo que sembró quien ahora parte, para finalmente preguntarnos con la mayor seriedad: Tú y yo, ¿qué hemos sembrado en este día? ¿De qué modo preparamos a los nuestros desde ahora  para enfrentar con bien nuestra partida física?...
   

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Me da un gran gusto saber que leíste esta reflexión inspirada en lo que podríamos considerar la mejor obra de tu abuelo Fausto Morantes: La familia que formó.
      ¡Tienes un gran ejemplo a seguir!

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