Noviembre 4, 2012
LA DANZA DE LA MUERTE
De momento no pude identificar el
sonido, no parecía haber una urgente necesidad de hacerlo. Me pareció que
provenía del mismo edificio, quizás provocado por el golpe de algún mueble contra la pared. Momentos después, desde otro sector de la
ciudad me llama alarmada una amiga, ¿escuchaste? Entonces supe que había sido algo más.
En cuestión de minutos circulaba la información por las redes. Lanzaron una granada en contra de las instalaciones de
la PGR. En las siguientes horas van
surgiendo las historias, una mujer menciona haber visto cómo un resplandor iluminaba la oscuridad de la noche por un instante; otros relatan
el choque ocurrido entre varios vehículos que transitaban por el rumbo al
momento de la explosión. Nacen leyendas urbanas que habrán de crecer y enriquecerse con el paso
del tiempo.
En el vecindario los ladridos de los perros que iniciaron al momento del
estruendo van calmándose, pero pronto vuelven a arreciar, ahora en respuesta a
las sirenas de los vehículos de emergencia en constante ir y venir a lo largo de la
avenida.
En la red los avisos son breves y claros: Situación de riesgo. Cerrado a la circulación el tramo de 16 de
septiembre y Periodista. Precaución al
circular. Se pide a la ciudadanía
permanecer en sus domicilios.
A través de esta información pausada los ciudadanos nos mantenemos al
tanto, nos avisamos unos a otros. El municipio ya cuenta con vocero oficial,
pero hasta ahora no lo he escuchado manifestarse en el momento del problema,
cuando más se requiere.
En torno a lo acontecido se
percibe una sensación sorda de vacío, un temor como si de aquel silencio de
voces humanas, sobre el cual flotan
únicamente las sirenas, fuera a surgir de repente un gran estruendo tan próximo
que nos alcance.
En esos ratos de incertidumbre pasan por la mente muchas ideas. Pienso en los servidores públicos que tripulan patrullas y ambulancias, pienso en
sus familias, en sus parejas, en cómo deben sobresaltarse al escuchar las sirenas. Yo no sé cómo podría vivir si un ser querido
anduviera arriesgando su vida de este modo cada noche por cumplir con su
trabajo.
Recuerdo mi año de servicio social, precisamente en las instalaciones de
la Cruz Roja de Torreón, en donde el
mayor peligro era recibir un individuo
intoxicado que elevara la voz o manoteara mientras tratábamos de suturar sus heridas.
Ser paramédico en esos tiempos era, igual que ahora, enfrentarse a lo inesperado, y algunas veces a la
muerte. Los llamados entonces socorristas,
usaban la clave “catorce” para referirse
a una persona muerta. Hoy todo aquello
ha sido rebasado, tienen mayor preparación, y las urgencias que atienden son,
con mucho, más complicadas. Se toparán muchas veces con cuadros dantescos, después de un conflicto armado, que de alguna manera los pone también a ellos en riesgo de muerte.
Volviendo a la explosión de la granada, por fortuna no causó pérdidas humanas, situación venturosa
en una semana particularmente violenta en el país. Un colega médico pediatra, quien ocupaba un
puesto público en el estado de México, fue ultimado al salir de su clínica, así
nada más, de la forma más absurda.
Hoy que la muerte nos roza tan de cerca, es cuando más nos corresponde
reflexionar sobre la vida. Desde la
propia fragilidad humana emprendamos un
balance para medir qué hemos hecho para volver
especial y auténtico nuestro paso por el planeta.
Todos vamos a morir, éste es un hecho incontrovertible que nos marca
desde el momento en que nacemos. Eso sí,
la certeza de cuándo llegará el fin del ser físico escapa a la capacidad humana
determinarlo, aunque claro, en el México actual el riesgo aumenta.
En estas fiestas de Difuntos, cuando de uno u otro modo tenemos más presentes a los seres amados que nos han precedido, casi
todos coincidimos en una cosa: Les recordamos por lo que fueron como personas,
por su actitud ante la vida, por el amor que nos prodigaron. Son los temas recurrentes en las ceremonias
grandes o pequeñas con las cuales honramos su memoria.
Bajo esta óptica entendemos que tiene más valor el tiempo que el dinero; más
la charla que el regalo; más la atención que nos prodigaron que las comodidades
que nos compraron. Ahora recordamos a
los padres por sus enseñanzas, por sus consejos, por su guía, y no tanto por
las cuentas de inversión, sus rentas o alhajas heredadas.
En estos ratos cuando nos sentimos tan expuestos ante las vicisitudes de
la vida, es bueno plantearnos ideales que nos salven de la desesperanza; sueños
que nos eleven, y una fe que nos sostenga.
Claro: Todos buscamos que
regrese la paz en nuestro México. Mientras esto sucede procuremos sembrar entre
los nuestros memorias buenas para ser recordados cuando ya no estemos.
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