Noviembre
18, 2012
INVENTAR INFANCIAS
En estas fechas se lleva a cabo en la ciudad de México la Feria
del Libro Infantil y Juvenil. Alguna vez
tuve oportunidad de asistir a esta
fiesta de las letras que congrega una
enorme cantidad de empresas editoras, amén de actividades y talleres que ponen
al chico en contacto con la lectura.
A los que hoy somos adultos mayores nos tocó
vivir una infancia relativamente estable en la que no había sorpresas, era un esquema sencillo que no daba pie a
confusiones, el día comenzaba y terminaba
a una misma hora para todos, en el desayuno solían servirse huevos, la fruta era un mero postre que se consumía
por gusto, nada más, y la gran mayoría de los adultos fumaba en espacios
públicos sin sentirse amenazado por
ningún cáncer. Había problemas de relación como en la actualidad, pero aquella afortunada red de secretos familiares y sociales conseguía
que prevalecieran las apariencias por encima de cualquier realidad incómoda. En general las cosas eran predecibles, lo
que facilitaba un sentido de estabilidad
en tiempo y espacio, que en gran medida contribuyó a ser lo que somos.
Con frecuencia escuchamos a los
intelectuales y artistas manifestar que el gusto por la actividad que ahora los
ocupa nació en el seno del hogar, siendo ellos muy pequeños. Aunque hay casos notables que confirman la
excepción, de alguna manera existe una correlación entre el ámbito familiar que
se tuvo de niño, y los gustos o
aspiraciones del adulto.
Aquellos tiempos de los que hablo corresponden
a las décadas de los cincuentas a principios
de los ochentas del siglo pasado, período en el que crecimos los
adultos maduros de la actualidad. Ese
hogar en el que pasamos nuestra niñez tenía pocos cambios aparentes, lo que facilitó
que viviéramos nuestra infancia sin sobresaltos, además de que los problemas que
percibíamos como graves tenían qué ver con elementos de lo más simple, como terminar la tarea para obtener el permiso de salir a jugar, o cuidarnos de que el compañero más “tremendo” del grupo escolar, al que ahora llamaríamos “buleador” no fuera a
fastidiarnos la hora del recreo.
Los problemas de nuestros niños y jóvenes en
la actualidad son de otro orden. La red
de dulces silencios que cobijaba las infancias de ayer ya no funciona, y el
menor se ve envuelto en una serie de dificultades que van desde conflictos familiares hasta los grandes problemas
de inseguridad en los que obligadamente
lo hemos involucrado. Sus días tienen un
ritmo vertiginoso, son muy distintos uno del otro, y siempre existe el factor
sorpresa que lleva a cambiar planes en cualquier momento.
Ambos padres suelen tener actividad laboral
fuera de casa, y claro, el niño por su parte afronta una carga adicional
derivada de actividades extracurriculares a las que habrá que dar
cumplimiento. El mundo es altamente
competitivo, lo que condiciona en los pequeños un grado adicional de estrés, que viene a reducir
aún más el desenfado que antes era propio de la niñez. Muy probablemente él no haga reclamos, pues
no tiene parangón para medir la infancia de otros tiempos contra la que se vive ahora, pero de alguna
manera esta agitación tiene sus consecuencias más delante, en algún momento de
su vida.
Habría tres elementos capaces de
proporcionar un espacio de gratificante
bienestar para ese pequeño al que desde
el Jardín de Niños estamos presionando
para cumplir una serie de obligaciones, tres elementos que de alguna manera le
permitirán crear esos espacios vitales de recreación, en un mundo altamente
competitivo. El primero es la presencia de los abuelos, esos seres maravillosos
que por razón de su condición familiar se han ganado el derecho a consentir a
los nietos a placer, constituyéndose en un
eslabón entre aquellas infancias plácidas y las necesidades del chico, que a
veces no tiene respiro.
Otro elemento son las mascotas: Cualquier
especie viva que lleve al pequeño a distraerse de su diaria rutina y pasar un
rato divertido junto a ese ser juguetón y gracioso, que además acepta al niño
como es, sin imponer condiciones para hacerlo.
Por otra parte el cuidado de una mascota pone al pequeño en contacto con las necesidades propias del animalito, lo
que facilita el desarrollo de un valor fundamental, la sensibilidad social.
Un tercer elemento son los libros,
maravillosos regaladores de historias que permiten al niño expandir su propia
imaginación; sumido en las páginas de un buen libro él puede convertirse en cualquiera de los personajes que las pueblan y
recrear su propia realidad, más aún
cuando ésta es dolorosa. Leer no
necesariamente implica un gasto; el sistema bibliotecario da muchas opciones de
acercamiento a la lectura.
Nuestros niños merecen una infancia gratificante en lo emocional, que mañana evoquen como un afortunado tiempo de descubrimiento interior. ¡Inventémosla para ellos!
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