domingo, 18 de noviembre de 2012

REFLEXIONES DE UN DOMINGO EN LA MAÑANA por María del Carmen Maqueo Garza


Me gusta la mañana, de preferencia al alba, cuando es el silencio el que acompaña los primeros haces del sol.  De alguna manera amanecen las ideas frescas, como niño recién nacido, y la inspiración revolotea  traviesa, espantando los últimos sueños de la noche.
   En lo que corresponde a la mancha urbana no suele haber gallos, pero para mi buena fortuna a escasos cien metros una familia tiene desde tiempo atrás un gallo que canta puntual cada mañana.  Nunca lo he visto ni conozco las condiciones en que vive, pero imagino que se ha de hallar rodeado de gallinas gordas y suaves que le ayudan a inspirarse, pues cada mañana su canto se deja escuchar vigoroso y alegre.   Me recuerda a otro gallo de mi niñez, que vivía en alguna pequeña casa en una de las dos vecindades aledañas a la Catedral del Carmen, sobre la avenida Matamoros en Torreón, templo frente al cual transcurrió mi primera infancia, en un segundo piso con una amplia terraza al frente, lo que me permitía de alguna manera seguir aquellos misteriosos laberintos que serpenteaban sobre el cemento comunicando a muchas pequeñas viviendas de uno o dos cuartos, dentro de las cuales pululaban niños, perros y gatos, y por supuesto aves ponedoras.
   Esta mañana salí temprano, algo que acostumbro hacer  por gusto, y ahora también por necesidad.  La otrora tranquilidad de esta frontera ha dado paso a la violencia que en cualquier momento se desata en cuestión de minutos.  Quise ganarle a las probabilidades estadísticas, pero de todas formas no me escapé de toparme de frente  con un convoy de unos diez vehículos de las fuerzas armadas, guiados más que custodiados, por dos vehículos de la policía estatal, uno al inicio y otro al final del conjunto militarizado.   Al respeto por las fuerzas castrenses se antepone la incertidumbre, no sabemos si van arribando a la ciudad o si están en operativo, y en este segundo caso estar cerca de dicho convoy es hallarse en riesgo.
   Seguí mi recorrido para de repente hallarme de frente con la hermosa bandera de nuestra ciudad; fue tal mi gusto ante la visión, que no pude menos que venir a casa por la cámara para capturar esa imagen excelsa.   Dada la hora de mis andares pude apostarme sin problema en la franja central de la avenida Carranza, habitualmente muy transitada,  para fotografiarla. No quise dejar escapar la emoción que sentí al toparme con ella: Altiva, ondeante y hermosa, erigiéndose por encima de la torre del Santuario de Guadalupe, y ciertamente por encima de todas las dificultades que experimentamos los pobladores de esta ciudad norestense.
   Hay valores que se han perdido; muchos de ellos con los que crecimos quienes hoy somos mayores, los jóvenes los ven como un estorbo, o quizás no les concedan la importancia que a nosotros nos enseñaron nuestros padres a concederles.   Pido al cielo que ellos sigan sintiendo esa emoción incontenible que pone la piel de gallina y llama a las lágrimas al borde de los párpados, cuando se está frente al lábaro patrio, porque entonces sabremos que no todo está perdido para nuestro México, y que tarde o temprano habremos de recuperar aquella paz que tanto añoramos.

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