¿QUÉ PAÍS QUEREMOS?
Esta semana ha circulado en la red una serie de
imágenes tomadas con celular en Salina Cruz, Oaxaca, que muestran a un grupo de
recolectores de basura cargando un perro vivo al que colocan en el triturador hidráulico de
basura del camión, dentro del cual el animalito murió destrozado. Dentro de la terrible historia ilustrada a
través de imágenes, me llamó la atención, aparte de la actitud perruna en todo
momento pacífica, los gestos de los hombres mientras lo levantan en vilo y lo
introducen al triturador, ¡están gozando su “travesura”! Aunado a otra serie de
eventos que se presentaron en mi entorno inmediato, me lleva a la pregunta con
la que intitulo la presente colaboración: ¿Qué país queremos los mexicanos?
En
Antropología Social se acuñó el término “malinchismo” para dar cuenta de una actitud de preferencia por aquello que viene
del extranjero, asociado a un evidente desprecio por lo propio, en alusión a Malintzin,
la mujer indígena que fue traductora para los españoles, y posteriormente
pareja de Hernán Cortés. Me parece que
ha faltado a los estudiosos de la psicología del mexicano ahondar más en las razones que
nos llevan de manera reiterada a
despreciar lo propio, y a atacar y hablar
peyorativamente de lo nuestro, indicando
de manera implícita que preferimos lo que no lo es. Este mecanismo de pensamiento tiene
aplicaciones a muy distintos niveles, de
modo que no alcanzaría este espacio para mencionarlos a todos, pero veamos algunos
en concreto:
Voy
conduciendo, llego a un crucero en el que hay alto para todos; en aquel momento
afortunadamente hice alto total, que si he hecho medio alto, ya no la estaría
platicando. Perpendicular a la dirección
que yo llevaba, y sin frenarse en lo absoluto, cruzó a alta velocidad un
vehículo conducido por una mujer que
ignoró totalmente el alto, y ni pareció
inmutarse cuando le señalé con mi claxon su imprudencia. De alguna manera percibí el mensaje: Le valían
un cacahuate los derechos de otros.
Poco más
delante me detuve en una tienda de conveniencia cuyo espacio para
discapacitados estaba ocupado; unos minutos después pude observar al que se había estacionado en
dicho lugar, un adolescente de aspecto por demás sano y fuerte. Como éste es
común toparse con diversos personajes cuyo aspecto luce demasiado saludable como
para ocupar un cajón para discapacitados, y peor aún, sin traer en su vehículo
las placas correspondientes.
En plena misa
suena un celular en la banca de atrás, la dueña lo contesta y se pone a platicar
como si estuviera en la plaza, y nuevamente el mensaje: “Mi derecho de
contestarlo está por encima de cualquier otro derecho”. Ojalá que un día tenga ella la oportunidad
de visitar el Viejo Continente, para conocer la etiqueta relativa a las llamadas
por celular de aquellas tierras: Ya no digamos contestar una llamada, sino
simplemente que suene el timbre del aparato en un espacio público cerrado, es
signo de mala educación, y los ciudadanos se cuidan mucho de evitarlo. Ello pone
de manifiesto un nivel de sensibilidad
social, de respeto y civilidad, del que nosotros
como sociedad estamos muy lejos todavía.
Los mexicanos
cargamos a cuestas con complejos de quinientos años de antigüedad que se
traducen en la necesidad de demostrar en
todo momento esa mal entendida “superioridad,
según la cual el respeto es signo de
estupidez, lo que hace que nos valga gorro
el espacio y el tiempo, y el derecho de
los demás.
Ante cualquier tropiezo de nuestro presidente
somos los más desalmados para señalarlo y hacer sorna de su error; lo que no
nos hemos detenido a considerar es que al actuar así, como país nos ponemos en
evidencia frente al mundo. Pero tal
parece que el ejercicio cibernético es el de señalar, atacar y exagerar
cualquier error ajeno, como si cada uno de nosotros fuera perfecto. Lo que
está detrás de esa actitud es una terrible carga de agresividad que
finalmente sacamos por este conducto.
Nuevamente surge la pregunta: ¿Este país queremos? ¿Uno donde no exista
el respeto al derecho ajeno, uno en el
cual prevalezca la ley de la selva?… ¿Uno en el que, como bíblicos fariseos nos adjudiquemos el pleno derecho de lapidar a
otros por sus faltas?
En lo
particular hallé por demás ilustrativa la fotografía del pobre perro y sus
captores con la que inicié: Refleja esa insensibilidad por la naturaleza y por
la vida que vamos desarrollando, y un perverso goce que, francamente da mucho
de qué pensar. ¿Es el país que queremos
para nuestros niños, para nuestras madres, para nuestros viejos?...
Quizás
actuamos como adolescentes, en la creencia mágica de que somos invencibles. Ya el tiempo se
encargará de poner las cosas en el debido orden…
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