domingo, 16 de junio de 2013

A RAJATABLA por Jorge Villegas


Cristianos, en serio.
¡Claro que no estorba que los pastores evangélicos oren por nuestra ciudad y por sus gobernantes!
Algunos de esos alcaldes requieren no sólo bendiciones, sino hasta el exorcismo para sacarles los demonios.
En buena hora si los gobernantes van más allá del gesto demagógico de seguir a los fieles levantando manos y voces.  O entregando la ciudad que no es suya a Jesucristo.
Imagine que un alcalde anuncie un cambio drástico en su administración: Se ajustará a la ética y a las buenas intenciones que ordena el Evangelio.
En lo sucesivo, dirá, no haré promesas mentirosas.  Castigaré las corrupciones, no aceptaré licitaciones tramposas ni utilizaré la nómina municipal como arma proselitista para un  partido.
Ya en pleno celo evangélico, ese alcalde puede anunciar una campaña permanente contra el alcoholismo de los jóvenes, para reducir el número de las cantinas o limitar a su mínima expresión los antros y los casinos.
Ahí sí que sería admirable la profesión de fe de ese alcalde.  Uno que no buscara quedar bien con un grupo religioso, sino que ajustara su vida y su conducta a los sanos principios del cristianismo.
Podría ser un excelente católico, un devoto protestante, un agnóstico rigurosos; mantener su fe en privado, pero dar testimonio de su credo con un comportamiento público ejemplar.
Laicos, pero decentes, ¡ése sí que sería un prodigio en nuestra empetacada vida pública!

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