domingo, 2 de febrero de 2014

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

PARTIR EN PAZ
(Con especial cariño para la familia de Charles Lagrange )
En lo personal la parafernalia que tiene qué ver con la muerte me cautiva, pues ella representa el corolario de toda una vida. En el momento crucial, cuando un ser humano parte, los elementos de su propia biografía comienzan a alinearse para tomar  su posición permanente en la historia de esa partícula de tiempo que le tocó habitar. 
   De alguna manera la muerte de un ser humano, con todo lo que gira en torno a  ella, representa una lección intensiva acerca de la vida.  Atestiguar el modo como se desarrolla una ceremonia de duelo exalta una serie de elementos que existen en ese núcleo familiar, y que la pérdida de un ser querido viene solamente a magnificar.
   Hace unos días asistí a cumplir con una amiga que perdió a su esposo.   El día del evento habrá sido sin lugar a dudas, uno de los más fríos de este invierno; a pesar de ser casi mediodía,  las calles lucían solitarias, pobladas solamente por aquéllos que tuvieron que salir por obligación.   En la capilla de velación se hallaba reunida la familia del fallecido, parte de la cual no conocí hasta ese momento.   Una cosa se percibía de entrada, lo intempestivo de la muerte los tenía sorprendidos y muy tristes a todos; se preguntaban cómo era posible que un hombre sano y feliz se hubiera ido así nada más, lo que en cierta manera acrecentaba el dolor de la pérdida.
   Sin embargo el elemento que permeaba entre todos ellos era otro.   Tuve ocasión de charlar con varios de ellos, y todos coincidían en hablar de  un modo muy cariñoso acerca  de ese ser querido; se les percibía en paz, aun dentro de la pena que los embargaba.   Mi sentir en aquellos momentos fue uno solo, se necesita toda una vida de amor para poder partir de esta manera, en paz, dejando en los seres queridos nada más que bellos recuerdos.
   Cuando intentamos escudriñar qué ha pasado con nuestras sociedades, avizoramos que muchos de los fenómenos que se han venido dando tienen qué ver con distorsiones en nuestra manera de pensar.   Hemos  desatendido nuestra propia voz interior para dejarnos llevar por la batahola exterior que nos llama a actuar del modo que señalan otros para, supuestamente, obtener tal o cual satisfacción interior.  Y nos alejamos por completo de nuestros propios sueños personales, para dejarnos llevar por lo que voces ajenas sugieren qué debemos hacer, muchas de las veces  provocando  insatisfacción, crisis y ruptura.
   Morir en la paz que percibí ese día implica que esa persona vivió atenta a su propio camino interior, encauzado por principios que lo condujeron por el bien con rumbo a la verdad.   Es la marcha pausada pero constante, con rumbo seguro, vigilando los elementos que  presenta cada etapa del camino.  Es no dejarse llevar por los arrebatos de los sentidos que tantas de las veces nos llevan a extraviarnos.
   La unión que percibí entre quienes lloraban al padre, al esposo, al abuelo, no pudo haber nacido justo en ese momento.  Es una unión que se había venido fomentando con el tiempo, con la tolerancia, con el logro de objetivos comunes, y que en ese momento sencillamente se afianza.
   El apoyo y el cuidado que mostraban unos por otros era la consecuencia lógica de aquello que en vida ese ser querido supo fomentar en torno a él.
   Tal fue el sentir con que regresé a casa una vez concluida la ceremonia luctuosa, ¡qué bendición para todos cuando nuestro ser querido parte en paz, sin cuentas pendientes, sin que pesen señalamientos sobre su persona!
   Y volvemos a esta sociedad que entre todos hemos ido creando, con nuestra tolerancia, con nuestra molicie, con esa pasividad  maligna que tanto daño hace. Una sociedad que ha dado lugar a situaciones complicadas para todos nosotros, y que así nos cobra la factura.
   A ratos volteamos a ver la magnitud que han alcanzado los problemas y se nos desinfla el ánimo, sin embargo tenemos qué entrarle a revertir esos efectos que todos provocamos, y que ahora se alzan frente a nosotros como bestia amenazante.   Es necesario comenzar por lo más cercano, por lo que nos es más conocido, nuestra propia familia.   Habrá que proponernos enmendar esos corazones dañados por el desamor y el descuido,  poniendo en ello toda la paciencia y toda la fe, dispuestos a trabajar día con día para reparar ese tejido social que hoy presenta tanto daño.

   Busquemos que nuestra labor sea tal, que el día cuando partamos de este mundo nuestros seres queridos puedan llorarnos así, como a  una persona que supo vivir de una manera buena y amorosa cada día de su vida.  Propongamos hacerlo, no buscando reconocimiento, sino para,  en el último aliento, saber que hemos cumplido.

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