OTRAS OPORTUNIDADES
El programa “Oportunidades”, de la SEDESOL, surgió
como una iniciativa encaminada a mejorar las condiciones de vida de las clases
más desprotegidas, teniendo como objetivo alcanzar, para el 2030, un México
pleno de justicia social. Esto es, un país en el que todos los ciudadanos cuenten con las mismas
oportunidades para un desarrollo integral.
En
momentos como el actual, cuando nos enteramos de que los magistrados del Tribunal
Electoral del Poder Judicial de la Federación se despacharon una pensión vitalicia, más allá de las
sustanciosas dietas y prebendas que reciben mientras están en funciones, percibimos
aún más lejano ese México ideal. El aparato burocrático está haciendo
exactamente lo opuesto: Enriquecer a los que más tienen, a costa de limitar las
oportunidades de avance a los más desfavorecidos.
Recuerdo
un principio de mercadotecnia denominado “producción social de la necesidad”
que establece que después de haber satisfecho las necesidades económicas de un
trabajador, otorgarle mayores estímulos económicos no conseguirá que ese
trabajador desarrolle más. Cubiertas sus necesidades hasta un nivel de
comodidad, el trabajador no identifica nuevas necesidades por las que deba
luchar, y lo que se le otorgue en el plano económico no redundará en motivación
para un mayor desempeño laboral.
Por lo
anterior queda visto que los intereses políticos que tramposamente filtraron
ese capítulo de la pensión vitalicia en
el conjunto de reformas políticas para ser discutidas y aprobadas por el pleno,
no saben de mercadotecnia, o más bien, tienen como consigna el rebosamiento
material de los magistrados, con fines político-electorales muy ajenos a la
transparencia que se anuncia con bombos y platillos, pero que tantas veces queda
en letra muerta.
Regresando
a “Oportunidades”: Es de todos conocido que sirve como termómetro para medir
las preferencias electorales, además de que se maneja como una herramienta
paternalista para atraer votos a favor del partido en el poder. Sin embargo ahora me quiero referir a otras
oportunidades que poco o nada tienen que ver con el dinero.
Acudí a
una tienda de conveniencia a hacer una compra de último minuto. Cuando esto hago no deja de hablarme una
vocecita interna que me recrimina por apoyar a las grandes cadenas, ahora
internacionales, en lugar de desplazarme unas cuadras más para comprar el mismo
producto en una tienda de abarrotes y así
apoyar el comercio local. Esta vez,
confieso, me ganó la comodidad, y al momento de estacionarme llamó mi atención
que no había más vehículos aparcados aparte del mío. La tienda, sorprendente para ser pleno mediodía,
estaba vacía, y tuve oportunidad de platicar un rato con los dependientes
mientras me cobraban.
Momentos
antes de retirarme, entró un joven no
mayor de 20 años, bien parecido, con buena ropa, y al salir vi ocupado el cajón
para discapacitados. Aprendí a sumar a
los 6 años gracias a mi maestra Cota, que en gloria de Dios esté, y sé que
2+2=4. No había más clientes en la tienda, así que regresé y abordé directamente
al joven, preguntando si aquel vehículo era suyo, a lo cual respondió que no. Antes de retirarme le hice saber que no se
valía ocupar un cajón para discapacitados cuando no se tiene necesidad de utilizarlo.
Tengo una
tendencia genética a hacer analogías, y esta vez no fue la excepción. Me
imaginé a este joven, que quizás esté estudiando la carrera de Derecho, ya
recibido, ocupando una magistratura, y me pregunté hasta dónde, en su momento apoyaría o no iniciativas como la de la pensión vitalicia.
No me gustó la respuesta.
En México
nos urge desarrollar otro tipo de
oportunidades, las de la solidaridad social.
Si yo sé un poco más que los demás, tengo el deber ético de enseñarles. Si tengo un poco más que otros, tengo la
obligación de apoyar alguna causa humanitaria.
Si mi
condición social es más elevada que la de otros, más que ahondar la brecha, se
trata de reparar el tejido social mediante obras solidarias.
Si mi
condición de salud es tal, que no requiera utilizar un cajón de discapacitados,
quepa en mí la calidad moral de dejarlo libre para quien sí necesite ocuparlo.
México está
urgido de almas generosas que den un poco de lo que tienen. No se trata de quitarle el pan de la boca a
nuestros hijos; se trata de valores, de desarrollar empatía por las necesidades
de otros.
Que la
idea de un México incluyente, donde
prevalezca la justicia social, no quede en quimera inalcanzable.
Nos urgen
maestros para esta cátedra de
solidaridad. Necesitamos de los mejores
postulantes, esos maestros que la imparten día con día con el ejemplo, desde el
aula sagrada llamada hogar.
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