domingo, 4 de enero de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

ARRANQUE DE AÑO


Para todos, de alguna manera, estas fiestas decembrinas dejan un saldo emocional muy característico, producto de nuestras propias cavilaciones internas frente al nuevo año, así como de la convivencia con familiares y amigos, intensa y enriquecedora, y en no pocas ocasiones colmada de altibajos. Se cargan las ausencias, se intensifica la convivencia, y suelen presentarse rispideces grandes o pequeñas que enrarecen de manera temporal el ambiente.


Sin lugar a dudas aquellas cosas que nacen del corazón, en muchas maneras rigen nuestro diario actuar. El amor que sentimos por nuestros más cercanos nos lleva en ocasiones a querer señalar para ellos el camino que en nuestra opinión es el que más les conviene, cayendo de esta manera en una intrusión que no nos corresponde. La convivencia de esta temporada propicia compartir proyectos personales con los seres queridos, ponernos al corriente unos y otros para enriquecernos, lo que es sano que ocurra en el marco del respeto y camaradería.


Un elemento crucial en la convivencia es la aceptación, esto es, tomar al otro como es, con sus propias características, sin pretender que cambie de acuerdo a nuestras expectativas. Claro, una cosa es la relación entre padres y niños pequeños, en la que los primeros son responsables por la formación de los segundos. Pero más allá de esto, no caigamos en la trampa de pretender cambiar a otros “por su bien”, algo que en el fondo no nos corresponde hacer.


La vida concede a cada cual vivirla como le plazca, es una atribución irrenunciable a la que ni el amor más grande tiene el derecho de violentar. Cuando el ser amado ha decidido caminar por el borde del risco y tú quieres que se aleje, más convencen las palabras persuasivas que el grito ensordecedor. Pero, finalmente, no nos es dado arrancarlo en contra de su voluntad del camino escogido.


Hay elementos que los usos y costumbres han incorporado a nuestras festividades. Uno de ellos es el alcohol en sus diversas presentaciones, desde la bebida espumeante que se toma en familia hasta los destilados de alto grado que llegan a convertirse en la única compañía de personas alcohólicas quienes a la larga terminan en total aislamiento. No es la sustancia química en sí la que daña las relaciones con otros; es la forma de consumo.


Ojalá que entre las memorias recién tejidas en las pasadas fiestas haya habido mucho de sana alegría, y poco o nada de dolor generado por el consumo excesivo del alcohol y otras sustancias, que provocan exaltación en el momento y profunda caída anímica a la vuelta de unas cuantas horas. Son emociones artificiales por las que más delante se paga una costosa factura.


Iniciemos un nuevo período de vida sintiéndonos afortunados de seguir en el planeta. Cuando viajamos con la mente al interior de una célula, y visualizamos al fina ingeniería metabólica que ocurre en ella a cada momento, sería un acto de absurda injusticia no maravillarnos por lo que es la vida en sus diversas manifestaciones, y lo que dentro de nosotros representa esa combinación de materia y energía que deriva en pensamientos, sentimientos; planes, proyectos, y la increíble capacidad de crear.


Momento de medir con qué elementos contamos para iniciar este nuevo período, y agradecer al cielo el contar con ellos, que hacen de nuestro paso por la vida algo único, al diferenciarnos de cualquier otro ser vivo que jamás haya existido. Nuestra huella tiene el potencial de ser exclusiva; de nosotros depende plasmarla como tal.


Habrá que conservar toda esa energía que recogimos durante la convivencia en estas fiestas, cuidar en administrarla de modo que nos alcance para los siguientes doce meses, y fijar nuestros planes para este tiempo.


Poco ennoblece al ser humano más que hacer algo por quien lo necesita. ¿Por qué no…? Incluir un propósito de esta naturaleza, un propósito pequeño, cotidiano y asequible para cumplir cada día, redundaría en un mundo mejor para todos.


Emprender acciones para proteger la naturaleza en todas sus formas: No tirar basura, salvaguardar los bosques, respetar señalamientos, no maltratar especies animales, pequeñas acciones que en su conjunto prometen conservar el planeta en la mejor forma.


Hacer del respeto una norma salvadora en el caos mundial que nuestro poco cuidado generó. El egoísmo ha sentado sus reales en nuestra sociedad, instándonos a actuar en ocasiones de modos que afectan los intereses de terceros. La calidad humana que se manifiesta mediante gestos de cortesía en nuestro día a día, tienen el potencial para hacer una gran diferencia en el contexto global de la humanidad.

En este arranque de año hagamos nuestros planes personales con sentido social, por un mundo más humanizado para todos sus habitantes.

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