Cuando intento recordar mi infancia solo vienen a mi destellos de ella.
Momentos que a veces juzgo no fueron trascendentales pero se mezclan con aquellos que marcaron mi vida, dulces y amargos, alegres, trágicos, doloroso y felices.
Seguramente se me pierden tantos dignos de recordarse, otros me llegan a través de aquellos que vivieron a mi lado esas épocas, a veces dudo de haberlos vivido, ingrata memoria que no permite traer al presente lo que valió tanto la pena.
Ahora que ha pasado el tiempo y mis hijos no son ya más unos niños, quiero recordar también episodios de su infancia, pero igual pasa y solo logro rescatar algunos, quizá los menos.
Aprisiono en mi mente y en mi corazón esa época, las prisas para llegar a la escuela, las clases extras, los conciertos, los festivales de fin de curso, festejos de cumpleaños, reuniones familiares de fin de año, navidades...
Hubiera querido pensar al estar viviendo en dejarles a mis hijos la herencia de buenos recuerdos que les alimenten el alma en el transcurso de la vida y que todos ellos fueran buenos, sin embargo sería ficticio estar viviendo para construir una memoria feliz. Somos el resultado de lo vivido, así como va, con lo bueno y lo malo que la vida y las personas con las que la compartimos nos van dejando.
Solo espero que en el recuento de estas remembranzas el balance les resulte a favor, como en mi caso, que se tenga más por celebrar que lamentar, y que lo lamentable haya dejado huella no solo de dolor sino también de aprendizaje.
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