domingo, 26 de abril de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL CORAZÓN DEL MUNDO
 “Infancia es destino” obra del médico y psicoanalista mexicano Santiago Ramírez publicada en 1975, distinta a la homónima de Guadalupe Loaeza editada en el 2011.  Ramírez habla sobre la trascendencia que tienen en la vida de un individuo sus experiencias de infancia,  anticipo de lo que  más delante se conocería como “Inteligencia Emocional”. Por su parte la de  Guadalupe Loaeza es una obra autobiográfica de lo que fue su hogar paterno en la ciudad de México. 
Resulta crucial entender de qué modo los eventos que ocurren en las etapas tempranas de la vida pueden marcar a un individuo, máxime en estos tiempos cuando la situación de los niños en la sociedad suele condicionar estrés y aislamiento.  Las familias del siglo XXI tienen uno o dos hijos, de manera que hay poca oportunidad de convivir con otros niños dentro del hogar.  Desde hace mucho tiempo las calles o los parques  han dejado de ser sitios de convivencia infantil, y los pequeños suelen pasar las tardes en actividades extracurriculares que les dejan poca oportunidad para disfrutar la niñez como tal. Cierto, los padres de hoy están mucho mejor informados que los de antaño, pero de alguna manera se encuentran imbuidos por un espíritu de competitividad  que les lleva a  exigir a los niños  una elevada cuota emocional.
Conforme la ciencia avanza y más conocemos, el asombro se vuelve mayor.   Elementos que hace algunos años no hubiéramos atinado a relacionar entre ellos, ahora dan muestra de vínculos casi de ficción que vendrán a explicar una serie de  interconexiones entre los seres vivos y el mundo circundante.  Aquella  aventurada idea de que las emociones fueran capaces de activar mecanismos biológicos ahora se sabe que  es real y tiene fundamento científico, de modo que  puede comprobarse que los estados de ánimo son capaces de inducir, tanto enfermedad como curación.  Los progresos  de la ciencia alcanzan la intimidad celular para demostrar que, entre otros muchos factores, las emociones son capaces de disparar mecanismos bioquímicos que nos marcan para toda la vida, desde el vientre materno.
Lo que la ciencia conoce como “epigenética” tiene que ver con condiciones previas a la concepción que en gran medida determinarán la conformación y el desempeño de ese ser que aún no existe. De acuerdo a un gran estudioso de la epigenética, el Dr. Guillermo Gutiérrez Calleros, esta abarca cualquier evento físico, químico, nutricional, emocional o espiritual que  ocasiona cambios en la manifestación o la expresión genética, sin modificar la estructura del ADN.
De esta manera puede entenderse la importancia de hacer de nuestra vida y la de los hijos un todo armónico, dentro del cual los mejores recursos del ser humano  estén en condiciones de desarrollarse y activarse, tanto para la satisfacción propia como para el logro de una sociedad sana,  en la que prevalezca la ética como convicción personal que se ejerce con agrado, entendiendo por ética el conjunto de conductas  encaminadas al bien común. De repente  resulta como si fuera mucho pedir, sobre todo en una sociedad en  la cual lo que parece destacar es el afán de cada individuo  por lograr más para sí mismo, sin importar a cuántos perjudique en el camino. 
El historiador Alejandro Rosas ilustra esta condición a través de lo que llama “los cuatro jinetes del Apocalipsis mexicano”,  para ejemplificar  los vicios de aquellos en el poder. Dichos jinetes son autoritarismo, simulación, impunidad y corrupción.  De igual manera podemos extrapolarlos a la sociedad en  general para descubrir que muchos de los males que enfrentamos en la diaria convivencia tienen que ver con estos cuatro elementos.  En nuestra sociedad es mejor atendido quien grita más aunque no tenga la razón,  en tanto  la gentileza se toma como signo de debilidad.  La simulación prevalece, desde el hogar cuando indicamos al niño pequeño que contesta el teléfono “di que no estoy”, hasta los grandes casos que a manera de una obra de Chejov involucran a personas, grupos, partidos o instituciones que aparentan ser una cosa que en realidad no son, para ejemplos hay muchos. Con relación a la impunidad, México debe ser de los pocos países en el mundo en los que tener un familiar dentro de la función pública representa un pasaporte para  desobedecer la ley, cuando debería ser todo lo contrario.  ¡Cuántas veces hemos  sabido de episodios protagonizados por  “influyentes” que amenazan a elementos del orden que los conminan a obedecer la ley!  Ese circo de tres pistas  “marca México”  tiene como producto lógico la nefasta corrupción.

Nuestro país no va a recuperar su esencia colocando un policía en cada esquina.  Para que el cambio  sea una realidad, debe salir del hogar mismo, ahí donde se gesta el corazón del mundo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario