domingo, 6 de septiembre de 2015

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


¡Quién bien te quiere te hará llorar!, eso es una condena, entonces ¿el que no me quiera me hará reír?

Difícil de aceptar el contenido de este refrán si uno lo lee así, sin reparar más en él.

Quizá cuando una es madre, comprende al detenerse a leerlo lo que se intenta decir, muchas veces con todo y el amor que le profesa a sus hijos se convierte en el peor de los jueces, no vacila en hacerle ver los errores y en el intento de hacerlos mejores seres humanos llegamos en ocasiones hasta a ser más ásperas que una lija, como si quisiéramos arrancar de tajo todas las fallas, hacerlos perfectos, para que nadie fuera de nosotros sea capaz de criticarlos o rechazarlos por sus equivocaciones.

Y efectivamente, los hacemos llorar y de pasada hasta nosotros lloramos, porque nos dejamos llevar por la ira y por la desesperación, no pensamos ni siquiera lo que decimos, nuestro fin podrá ser bueno, pero no justifica los medios, esos recursos que no tuvieron planeación alguna, dirigidos contra el blanco, contra el error, pero del cual no medimos los efectos secundarios.

Las madres pensamos así, a grandes males grandes remedios, a veces ni en el blanco damos, y los efectos colaterales son más perjudiciales y vienen a empeorar la situación; viene siendo como dice otro refrán, peor el remedio que la enfermedad.

Esto se repetirá una y otra vez durante la crianza de nuestros hijos, ensayo y error, porque definitivamente el ser asertiva, oportuna, prudente, ecuánime, con el balance perfecto entre el amor y la firmeza para educar un hijo solo viene en los libros.

A la hora de la práctica no hay tiempo en la mayoría de las ocasiones de leer el manual y calmar los instintos, y la responsabilidad es tan grande que pensamos que es mejor pecar de exceso que de defecto.

A estas alturas de mi vida, a pesar de que he reconocido esto, no creo haber podido actuar de otra manera y gracias a Dios no tengo la forma de comparar como sería si lo hubiera hecho, por lo que dejo a mi noble conciencia que me consuele diciendo que fue mejor así.

No me faltó amor, me sobró miedo de no cumplir con mi responsabilidad de ser una buena madre y cuando veo a otros padres temerosos para imponer límites, respeto, que se desbordan en mimos, en complacer hasta el menor de los caprichos de los hijos, en no ir a traumarlos con regaños, con ese miedo que a veces tenemos de dañarlos o de que nos terminen odiando, comparo y doy gracias a Dios por haber sido para mis hijos la madre que los quiso tanto y que con todo el dolor de su corazón más de una vez los hizo llorar.


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