lunes, 3 de octubre de 2016

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL CONCEPTO DEL ORDEN
Con relación al arte y la cultura quienes vivimos en provincia chica sufrimos cierto grado de marginación; el centralismo nos coloca en desventaja con respecto  a quienes se hallan en las capitales o próximos a ellas. Tal ha sido el caso de la Literatura en esta zona fronteriza, sin embargo en otras disciplinas, debo decir, nos hemos visto muy favorecidos en los últimos años, y para ejemplo hace una semana tuvimos en Piedras Negras una hermosa gala operística con una adaptación en un acto de “Elixir de Amor” de Gaetano Donizetti, que  tuvo un lleno casi total del Teatro de la Ciudad.
   En estos cinco años de gobierno de Rubén Moreira la Secretaría de Cultura nos ha provisto de espectáculos  de excelente nivel,  en su mayoría gratuitos,  que todos tratamos de aprovechar, no obstante aún hay mucho que mejorar con relación a la formación de públicos. Los conciertos como   la ópera son  para espectadores  capaces de mantener su atención en el foro, de manera que niños de cinco años o menos no entran en esta categoría, y por desgracia a estos conciertos llevan pequeños hasta de brazos.  Yo entiendo el deseo de los padres por asistir, pero hacerlo con niños tan pequeños que interrumpen el evento es una falta de respeto, tanto para los ejecutantes como  para el público, además de que no se vale forzar a un pequeño a asistir a algo que todavía no está en condiciones de  disfrutar.  Otro caso común es la falta de orden en el  uso de aparatos celulares que suenan a media función, y peor aún, hay quienes toman la llamada y hablan a voz en cuello, como si estuvieran en la plaza. Esas son fallas que requieren de una regulación puntual y constante por parte de la Secretaría de Cultura, evento tras evento, para la formación de públicos.
   Lo que sucedió durante la gala operística referida  merece mención aparte y por otros motivos.   Acababa de comenzar el concierto cuando entraron dos adultos con un niño de cuatro o cinco años; no pasaron ni diez minutos cuando ese niño comenzó a subir y a bajar las escaleras de  la sección en la que yo me hallaba.  El tipo de calzado del pequeño hacía que cada paso se tradujera en un golpe seco, de manera que ese constante subir y bajar implicaba ruido y distracción para los vecinos del área.  Supuse que  en seguida acudirían los familiares por el niño, y aunque parezca increíble eso no sucedió durante todo el evento, de modo que el pequeño comenzó a ampliar su campo de exploración, se colgaba de los barandales y golpeaba con los zapatos la tabla-roca de las paredes laterales, y más delante comenzó a hacer piruetas en el pasillo que divide  primera platea de segunda, y a abordar al público de la última fila, pasando después a trotar por los pasillos laterales hasta la parte frontal, para distraer con su plática a personas de la primera fila.  En un rato que lo tuve cercano a mi butaca lo escuchaba golpear la tabla-roca al tiempo que repetía “No me gusta, no me gusta, no me gusta.”, quiero suponer que se refería al evento que para un niño de esa edad y con ese temperamento, debe de haber resultado terrible de aburrido.
   Mi señalamiento no va tanto en el sentido de la distracción que provocó en gran parte de los  asistentes la incesante actividad de este niño durante todo el concierto, lo que representa una total falta de respeto para ejecutantes y público.  Quedó visto que, al menos durante esa hora, el niño hizo lo que quiso, sin que las personas que lo llevaron al evento lo metieran en orden, algo que como pediatra me indica que a ese pequeño no  se le está dotando de  un marco disciplinario que le permita discriminar  cuál comportamiento es socialmente aceptable y cuál no lo es.  Este tipo de conductas a la larga termina generando rechazo, algo que de entrada él no va a entender, pues no  se le están proporcionando  elementos para identificar las consecuencias últimas de sus actos.  A lo largo del evento  su inquietud fue subiendo de tono, como tratando de llamar la atención,  y al menos durante todo ese tiempo, su estrategia no dio resultado.  No nos extrañe que estos niños sean después los alumnos problema de primaria, y más delante  los adolescentes con perfil oposicionista desafiante de difícil control.
    Educar es la tarea constante de formar a nuestros hijos para la vida, desde el primer momento cuando llegan a nosotros, hasta que entregamos a la sociedad adultos útiles y responsables, habiendo provisto para ellos durante todo ese tiempo lo necesario  para que estén en condiciones de asumir y manejar las consecuencias lógicas de sus actos.  Es misión sagrada que nadie nos impuso, pero que una vez aceptada no admite distracción ni tregua. Una conducta en contra del orden social no es monería ni asunto menor, más vale que así podamos entenderlo.

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