NAVIDAD PROFUNDA
Llega esta maravillosa época del año. Hoy todos tenemos
permiso de volver a creer en la magia de las cosas, como cuando éramos niños.
Una fecha cuyo origen y manifestaciones debieran ir de la
mano, pero no siempre sucede así. En
momentos nos gana la fiesta de los sentidos por encima de la reflexión profunda
del corazón.
Llega Jesús Niño que
nace entre pajas en Belén. Él, quien
somete su majestuosidad de rey a los rigores de la pobreza, para que ni el más
sencillo tenga temor de aproximarse ante su presencia.
Todos nos remontamos a nuestra infancia para dejarnos
deslumbrar por esos misterios inexplicables que fascinan. Desde las luces de Bengala cuyas chispas se
esparcen para iluminar la noche, hasta el misterio del amor de Dios que da la
vida por nosotros.
Esperamos el momento en que la piñata cargada reviente su
panza para regalarnos fruta y colación, después de haber representado a los
peregrinos José y María que finalmente hallan posada.
Este es momento de reunión familiar, ocasión para dejar
atrás las pequeñas diferencias capaces de abrir
zanjas irreconciliables entre
hermanos. ¿Qué sitio más precioso para
el corazón que el hogar? ¿Qué amor más grande que el de la familia?
Tiempo para vernos reflejados en la mirada de los niños
pequeños que esperan con ilusión la fiesta de Navidad.
Momento de gozar como ellos gozan, de agradecer a la vida tantas
bendiciones que nos ha regalado a lo largo del año.
De igual manera, es la ocasión para aprender a bendecir
aquellas dificultades que nos permiten valorar al doble la vida, la salud y la
familia. Escollos que ayudan a
medir de qué somos capaces, que contribuyen a enfocarnos en lo que es en verdad valioso, y
así avanzar en nuestro crecimiento personal.
¡Qué maravilloso poder dar algo de nosotros mismos para
contribuir a la alegría de otros! Sacudirnos el propio interés en aras del
beneficio de quien más necesita, y así percibir la experiencia transformadora de la
generosidad.
Sea la fiesta que hoy vivimos, una oportunidad única para
descubrir las necesidades reales de nuestros hermanos, con el propósito de dar
un sentido sanador a nuestra dádiva.
Conservemos en mente
el carácter de la celebración, evitando caer en excesos que pudieran
derivar en tragedia.
Organicemos nuestro programa para librarnos de prisas que en esta temporada provocan tantas
malas experiencias. Por momentos nos gana la precipitación y actuamos hasta con
furia.
Se trata de disfrutar con quienes más apreciamos, pero sobre
todo, pasarla bien cada quien consigo mismo, y los apremios no son la mejor
forma de hacerlo.
Recordemos hoy esos lejanos goces de la infancia. La manera
cómo las pequeñas cosas nos ponían tan
felices.
No desvirtuemos el sentido último de la celebración, que es
el amor más grande. Vivamos una fiesta congruente entre el gozo cristiano que
festejamos y el modo como lo hacemos.
Seamos gentiles con el medio ambiente, cuidemos nuestro
planeta. Que el amor que prodigamos consiga
cubrir hasta donde nuestra vista alcance.
Disfrutemos al máximo aquello que podamos comprar con
sensatez. Evitemos compromisos
económicos que generan malestar al término de las fiestas. Lo más importante es la convivencia, el
encuentro con aquellas personas que nos valoran por lo que somos y no por otra
cosa.
Vivir es el gran milagro que se lleva a cabo en la intimidad
de nuestras células cada día. Tener
salud implica la armonía entre procesos maravillosos que se realizan en el
interior de nuestros cuerpos para proveernos de bienestar, entendimiento y una
sensibilidad capaz de traspasar las murallas de nuestro propio yo. Esos son los
milagros por los cuales nos corresponde agradecer día con día.
Tener la promesa de una vida después de la muerte es
encontrar un propósito más allá de nosotros mismos, para hacer lo que hacemos
con redoblado entusiasmo, ciertos de que lo que hoy emprendemos aquí es una
forma de sembrar eternidad.
Jesús Niño viene a decirnos que las mayores riquezas del ser
humano radican en su corazón, y que los afanes de posesión no apuntan en ese
sentido.
Con la sencillez de niño con que hoy invita desde las pajas
a revestirnos, es como Jesús ha
prometido que se entrará al reino de los cielos.
Así, en el silencio, en un momento de recogimiento frente al
prodigio del amor más grande, ofrezcamos desde nuestro corazón, aquello que
ayude a que otros crean en el amor de Dios de viva forma.
Seamos congruentes entre el motivo de la celebración y
nuestra forma de festejar. Entre la
pobreza del que llega para salvarnos y lo que gastamos para la ocasión. Entre el amor que celebramos y nuestro modo
de manejarnos en esta temporada.
Deseo para cada uno que el milagro del amor transformador se
instale en su vida y en su hogar esta noche para siempre.
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