domingo, 11 de marzo de 2018

VIÑETAS por María del Carmen Maqueo Garza


ESTRENO

Llega una edad nueva para los padres. Una edad para la que ningún manual de procedimientos nos prepara.

Vemos  volar a los hijos.  Emprenden el viaje al destino que cada uno de ellos –y nadie más—ha elegido.

Se instala dentro del  pecho una extraña tranquilidad. Pensamos para nuestros adentros: “Ha terminado mi labor formativa”.

A la vez  invade una íntima congoja: Nos asomamos al espejo del tiempo para descubrir  que los años han pasado, y que larga o corta, inicia desde ahora la cuenta regresiva.

Llegan a mi mente como chispazos memorias desde las más tempranas.  Ahora  recuerdo cuando percibí por primera vez una vida que se hacía presente junto a la mía para siempre.

Me pregunto cómo fue que aquellas manos pequeñas y regordetas que asían torpemente los juguetes, hoy se abren para cambiar al mundo.

Escucho como si estuvieran aquí sus primeras risas, esas sonoras carcajadas que en agotarse  brincaban al llanto, para congoja de mi corazón.

Repaso los valientes “solitos” de mis pequeños, que para mí significaban algo así como la travesía de Magallanes por el Pacífico.

Vienen los años de Jardín, el modo como cada uno de esos hijos fue definiendo su carácter, sus gustos, sus temores.

Sigue luego  la primaria con su proceso de aprendizaje y socialización; el recuerdo de las piñatas, los paseos escolares, las clases de arte o de deporte.

Los torneos de Tae-Kwon-Do, ensayos de la vida: "Si ganas el torneo ganas un trofeo; si lo pierdes, ganas experiencia."

Pronto llega a mi memoria la alharaca de la secundaria. Esa rebeldía sana que si bien entendía,  no dejaba de atemorizarme en lo más profundo. Veía asomar de cada uno de ellos el adulto que hoy es.

En esa etapa abría ojos y oídos como antenas parabólicas, y aprendía a disimular mi azoro cuando ellos o sus amigos compartían  sus confidencias.

Cruzan por mi memoria los años de preparatoria, cuando   comencé a aflojar poco a poco las riendas de la disciplina. Ejercía el control sobre ellos un poco menos cada día, a sabiendas de que pronto se hallarían por su cuenta.

Llega luego el recuerdo de  ese  tiempo cuando estuvieron lejos de casa por primera vez.  Vivía pendiente de ellos, les llamaba o los visitaba con cualquier excusa, y me prendía de la oración  mañana y noche.

A partir de entonces se va dando  un proceso de desapego que a ratos cuesta, es como arrancarse la piel. Pero  así debe ser. Su vida no nos pertenece.

Finalmente un día, sin saber ni cómo, aquellos revoloteos  en el nido se han transformado en vuelos bien dirigidos. Cada uno de los hijos despliega sus alas,  sabe a dónde va.

Bajo la sombra de su vida en esplendor, comienzo a sentirme pequeña. Sonrío. Doy gracias al cielo por haberme concedido vivir este momento.

Los miro alejarse. El reloj para su marcha por un segundo. Tengo la emoción titilando en los ojos y una sonrisa de agradecimiento en los labios.

Hoy son ellos quienes comienzan a escribir su propia historia.

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