HUMANOS EN UN MUNDO DE REDES
Comienzo con una confesión: No soy fan de AMLO ni voté por él.
Como su elección es resultado de
un proceso democrático me alineo y le
otorgo el beneficio de la duda. La
figura de su esposa Beatriz Gutiérrez me agrada, mujer preparada, nada
acartonada, que viene a romper con el paradigma de “primera dama”. En redes sociales ella expresó su entusiasmo por la conmemoración del
natalicio de Nelson Mandela. Humana que
es, confundió natalicio con aniversario luctuoso, y de ahí comenzó un alud
incontenible de críticas y descalificaciones.
La apropiación de
la Internet ha condicionado una serie de fenómenos psicosociales, que dentro de
100 años aparecerán como un capítulo más en la historia de la humanidad. Frente a su equipo electrónico el individuo adopta una conducta muy distinta
a la que tiene en la vida real. Como Dr.
Jekyll y Mr. Hyde, se transforma en algo que lejos de la pantalla no es. Ahora nos cuesta entenderlo; seguramente dentro
de una centuria figurará en los tratados de
historia.
Comencé a leer un
libro de filosofía muy interesante, “Elogio de la duda”, de la española Victoria Camps. Inicia con un
fragmento que me cayó de perlas para esta colaboración: “…las redes sociales
brindan la ocasión de apretar el gatillo contra cualquiera cuyo comportamiento
o mera presencia incomoda…” Su obra habla sobre la duda como una conducta recomendable
dentro de la sociedad, un modo de razonar las cosas antes de precipitarse a
juzgar y atacar.
Al inicio de este
milenio los seres humanos compartimos una condición común, nos sentimos aislados en un mundo donde
prevalece la tecnología. Caemos en la
orfandad digital de la que habla Armando Novoa, especialista en seguridad en
redes. Esa sensación de abandono es en
buena medida, producto del aislamiento
físico respecto a otros seres humanos, cada uno metido en su pantalla. Hemos olvidado los elementales principios de
la comunicación cara a cara, y como toda habilidad que no se practica, se va
perdiendo. Intentar comunicarnos de manera presencial cuesta trabajo, y para
los nativos digitales dicha dificultad es aún más acentuada. Ellos nacieron con el gadget en la mano.
La comunicación
cara a cara no se da tan fácilmente como la digital, pero aun así hay situaciones en
las que hemos de interactuar con otros
seres humanos. Dos casos obligados son
la familia y la escuela. En ambos es de rigor hacerlo, aun así nos cuesta trabajo convivir,
aceptarnos unos a otros, ser asertivos, esto es, manifestar nuestra postura con
firmeza, sin violentarnos. Nuestra falta de práctica en el arte de compartir nos
lleva con frecuencia a ser imprudentes e irascibles. En cambio frente a nuestro equipo nos movemos
como peces en el agua.
Frágiles,
vulnerables, así nos sentimos entre el grupo humano que a ratos parece
asfixiarnos. Ello explica por qué nos
tornamos violentos en la convivencia, “de mecha corta”, como dice la expresión
popular. La función que cumplía la palomilla
para el adolescente de antaño, la abastecen hoy en día las redes sociales. Se vuelven la cancha en donde practicar el deporte de
hacer trizas al otro. Lo que alguien expresa en redes tiene de inmediato
simpatizantes y detractores, si se trata de una figura pública, la polarización
es mayor. Las críticas a favor o en contra de una postura, pronto escalan de manera ociosa a
descalificar a la persona, o sea que se
convierten en expresiones violentas y nada más. Volviendo a lo expresado por
Victoria Camps: Están apretando el gatillo contra un comportamiento o una
presencia que incomoda, y surge entonces la pregunta: ¿Por qué nos incomoda?
La frustración
genera violencia. Habrá que ver entonces por qué nos sentimos frustrados, a tal
grado incómodos, que actuamos ejerciendo la violencia en redes. Atacamos desde
el cómodo anonimato, y si no hay motivo
para agredir, buscamos generarlo. El
foro se convierte en esa pandilla de niños maldosos que atacan sin venir al
caso, por el simple gusto perverso de hacerlo.
Beatriz Gutiérrez
se equivocó, es humana, igual que todos nosotros que también nos equivocamos. Entonces:
¿Por qué esa carga de violencia verbal contra ella? No sé si somos tan
intolerantes por tratarse de una figura pública, o movidos por el hartazgo
ciudadano que traemos dentro. O sea la
expresión de una conducta paranoica de
nuestra parte.
El mundo vive una crisis de valores en todos los
ámbitos. Darnos cuenta de ello nos obliga a actuar para resolverla. Nos hace
falta ser más humanos en redes sociales,
más sabios, sin precipitarnos en
nuestros juicios. No sea que los hijos
de nuestros nietos, cuando lean en 100
años sobre nosotros, lo hagan en los
tratados de psiquiatría.
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