Esto me hizo recordar las tarjetas impresas que nos regalábamos entre amigos y familiares antes del advenimiento de la comunicación instantánea. Reviví la ilusión de elegirlas y comprarlas; de colocar en su interior un texto alusivo a la ocasión, y de intercambiarlas en forma personal o enviarlas por correo, con su timbre postal anaranjado, de cabeza olmeca, cuyo costo era de 40 centavos. Recibirlas, exhibirlas y tal vez coleccionarlas... ¡Hermosos tiempos cargados de ilusión!
Cortesía de mi querida amiga Elsa Angélica.
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