domingo, 6 de enero de 2019

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

El orgullo, ese sentimiento capaz de levantarte o de hundirte, dependiendo de como lo manejes. 
Es sano reconocerse méritos y sentirnos orgullosos de los logros propios o que dependen en parte de nosotros. No se puede ser ajeno a ello por más humilde que alguien sea. Es humano y necesario poder sentir esa satisfacción que nos engrandece el alma, que permite reconocer nuestras habilidades y virtudes, y afianzar la autoestima. Sin embargo, el orgullo no debe desbordarse  ni rebasar ciertas fronteras que impidan se convierta en el sentimiento que impere en nuestros corazones. 

Quien deja que el peso del orgullo sea mayor que el amor, que sobrepase nuestra capacidad de perdonar, que nos coloque por encima de los demás impidiéndonos ser capaces de reconocer nuestros propios errores. Que nos lleve  a actuar con arrogancia, a no ceder a imponer, a lastimar porque lo que interesa es ganar y  no lograr un acuerdo, deja de lado el amor.

Ese orgullo que impide la reflexión, destructor de las que  pudieran ser las más profundas relaciones... Ese que nos convierte en personas intransigentes, que no se conmueven, que descalifican, que agreden, que intercambian la caricia por la ofensa... Ese orgullo que resta, que genera incertidumbre, que no construye sino por el contrario aniquila los más nobles sentimientos... Ese es el enemigo que hay que desterrar del alma, para evitar ser víctimas de su poder.

El amor debe tener más peso que el orgullo, la humildad debiera no ser sinónimo de debilidad, sino una maravillosa virtud que nos evite  sobrevalorarnos, y que en cambio nos permita ser objetivos, compasivos, reflexivos sobre nuestras relaciones afectivas. Nos ayuda como un  mejor escudo que el orgullo para proteger el alma, permitiéndonos ser tolerantes, comprensivos, pacientes, y así conservar la paz y el bienestar en nuestras vidas.

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