domingo, 18 de octubre de 2020

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


Los homenajes son símbolo de admiración y reconocimiento a una persona, por su trayectoria, por su labor artística, social, por su contribución valiosa a esta vida. Generalmente póstumos, porque quizá es la muerte la que nos hace sentir cabalmente toda esa admiración que se le tiene o merece una persona. 

Recuerdo varios homenajes póstumos para mi padre, pienso y siento que soy objetiva y no me apasiono por ser su hija, que fueron bien merecidos, Cuando estuve en alguno de ellos, sentía que me cimbraban las palabras que ensalzaban la personalidad y la labor que mi padre tuvo en tantos ámbitos. Yo lo admiraba, pero saber que esta admiración era compartida por tantos otros realmente me conmovía. Pensaba entonces que mi padre debía haber sido partícipe de ellos, y trataba de imaginar como estaría sentado como pavo real, palpando el cariño que se le hacía patente y cómo reaccionaría ante tanto halago a su persona. 

Me costó trabajo imaginarlo, pero creo que mi padre fue homenajeado decenas de veces informalmente. La verdad es que los homenajes no requieren de un foro, ni un formato; que no cualquiera es merecedor de ellos y que hacerlos una costumbre rutinaria les hace perder valor. He visto que la gente que realmente tiene peso, que deja huella, que trasciende, cuya labor en la vida merece ser reconocida, no está esperando un homenaje, no de la forma convencional en la que los tenemos concebidos, Esa gente es espontánea, natural, es perseverante, naturalmente dotado para su oficio, siempre buscando proyectar algo de si mismo, haciendo de él un plan de vida, del que no se ufana, del que no presume, que no trabaja en aras de un reconocimiento especial. 

La gente valiosa generalmente tiene la humildad suficiente para encontrar que una sonrisa, un gracias, el sentirse partícipe en la generación de un cambio positivo en la vida de alguien, en la construcción de algo, en saberse útil, todo un homenaje. 

A veces subestimamos los homenajes que a diario recibimos, muchos de ellos gratuitamente, otras a cambio por hacer tan solo lo que era justicia haber hecho. Creo que mi padre mereció ser homenajeado, pero sé que su vida estuvo plagada de muestras de respeto, de reconocimiento y que los gozó más por no ser prefabricados ni publicitado, ni públicos ni expuestos a consideración de nadie más que él mismo. 

Día a día la vida nos rinde un homenaje que no requiere de ritos ni ceremonias, tan solo por saber agradecerle el estar vivos. Honorables son aquellos cuyas virtudes y acciones no tienen como fin ser el centro de un homenaje ni el aplauso y trascienden por su autenticidad, por su congruencia y su don de gentes.

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