domingo, 24 de octubre de 2021

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


Cambia, todo cambia, a veces para bien otras para mal o peor si mal ya estaban.

Antes para conocer el mundo, para conocernos entre nosotros, se requería tener la vista puesta en ello, había que saber percibir y transmitir a través de nuestra mirada, nuestro lenguaje oral y corporal, de la manera que a cada quien le fuese posible, lo que se sentía, lo que se deseaba expresar. Establecer una comunicación con el mundo exterior o con otras personas, requería de sensibilidad, de poner nuestro cinco sentidos aguzados en ello para realizarlo.

Se ha perdido tanto, por esta mal llamada evolución, ayudada por contingencias que quizá no le sean tan ajenas a ésta, como la pandemia que nos ha recluido y reducido aún más las interacciones personales, que somos presas de las pantallas.

Pantallas de cualquier índole, pero pantallas al fin que nos roban la atención por una gran parte de nuestro día, convirtiendo al sueño en lo más cercano a una real comunicación humana. Ni nuestra gente más cercana, la que convive a diario con nosotros goza de toda nuestra atención, ni siquiera actividades que requieren poner ésta al cien por ciento, como es el manejar un vehículo nos alejan de esa atraccIón fatal de las pantallas, del sonido de un artefacto que nos impulsa a tomarlo y leer lo que la mayoría de las veces era totalmente intrascendente.

Los adultos, cuanto más edad tenemos, tuvimos ese conocimiento que ya suena antiguo y espero nunca obsoleto, de poder tener una charla sin interrupciones, de no ser presas de la angustia de olvidar el celular, que si bien no puede negarse ha venido a resolvernos muchos problemas, también nos los ha originado. Qué decir de nuestros niños, de estos seres pequeños que nacen al abrigo de una tablet, de un celular, de una pantalla de dimensiones gigantes, con un contenido pocas veces bien evaluado que los mantiene absortos y ajenos al exterior, que les irá seguramente limitando su capacidad de socialización, de interés por entablar otras que no sean relaciones virtuales, que les mostrará el mundo en otra dimensión, pero con la pérdida sustancial de lo que es contemplar, palpar, oler, saborear, oír la naturaleza sin artificios, y maravillarse con ella, porque la magia de nuestra realidad sobrepasa cualquier imagen que la tecnología pueda lograr.

Me preocupa esta adicción, que quizá nos perjudique tanto o más que cualquier otra droga, que nos lleve a generaciones cada vez más ajenas a buscar el bien común, el de nuestro planeta, que se regocije tan solo en la continuidad de un avance tecnológico , y una depreciación de los afectos, de la necesidad de hacer sentir y sentirse acompañado presencialmente, físicamente, de valorar el estrechar una mano, el sentir un abrazo, disfrutar una charla, reír en compañía, acompañarse en el dolor.

Yo quiero pensar, que los niños seguirán volteando al cielo a admirar una luna llena o las estrellas, que podrán admirar la belleza de un bosque, el aroma de una flor, y el poder sumergirse en el agua del mar, o de un río.

Porque todo esto es parte fundamental de lograr alimentar el alma, porque nadie puede tan solo vivir de ese mundo virtual que unos cuantos a su criterio nos crean, porque tenemos un planeta excepcional, digno de rescatarse y disfrutarse, porque somos una especie que no debe olvidar su esencia, y convertirse tan solo en una máquina más.

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