domingo, 4 de diciembre de 2022

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Vivimos diariamente experimentando distintas emociones, sentimientos de diferente índole, desde el mismo momento en que abrimos los ojos, y así es desde que nacemos hasta morir.

A veces felices de iniciar el día, otras con la apatía total de iniciar rutinas, tristes por acontecimientos propios o de gente cercana que nos afectan; ilusionados, frustrados, positivos o en franca negatividad. Somos un continuo sentir que a veces no va acorde con nuestras actividades. El cuerpo en muchas ocasiones funciona en automático, y pareciera que desconectamos el alma para que no nos impida seguir en movimiento. Cuando nos rebasa el dolor, el resentimiento, la pena, cuando es tanta la carga que dejamos sin nosotros quererlo, que incluso intentando disimularla, brota en nuestra mirada.

Imposible sustraerse de emociones que nos causan las pérdidas, la adversidad; nuestra vulnerabilidad nos hace susceptibles a tantas calamidades que tendremos que tolerar, sobrellevar, superar, para así poder reencontrarnos con el equilibrio, con la armonía que se traduzca en felicidad.

Hay cosas que están bajo nuestro control, otras que no, sobre éstas últimas no hay que perder mucha energía en tratar de manejarlas, no es de dominio propio. Lo que otros opinan de nosotros, por ejemplo, no debiera ser causa de dolor; lo que consideramos un insulto, una ofensa, un menosprecio, es nuestra propia percepción; no debe dejarse entrar a nuestra mente, a nuestro corazón como un invasor que nos daña, igual que no permitiríamos entrar a casa a un extraño, dejándole la puerta abierta. Bastante difícil es la vida, como para sufrir innecesariamente por lo que suponemos o percibimos de los sentimientos ajenos. No permitamos situarnos de blanco del coraje del otro; dejarlo pasar, no es para nosotros, es solo quizá un escape de aquello que a esa persona le atormenta, le duele y que deja ir con mayor o menor frecuencia hacia otros, porque no ha encontrado una mejor manera de manejarlo.

Basta con los afanes de cada día, no está en mi mano lo que otros sientan o piensen de mí ni su reclamo ni su desprecio. Está en mí procesar lo que yo perciba de ello, y evitar sentirme lastimada, que me afecte, eso si que está en mí elegirlo o no.

Cuanto más difíciles sean los caminos, más ligeras deben ser las cargas. El alma puede con tanto que a veces la saturamos y la sobrepasamos. No seamos autómatas que se desenganchan del alma para poder seguir andando; seamos unidad de alma y cuerpo, logremos avanzar dejando solo en nuestros corazones aquello que fortalezca, que sea barrera contra el odio y el rencor, que conlleve amor, compasión.

Somos libres de elegir como sentirnos. Dejemos de victimizarnos. Como diría Eleanor Roosevelt: Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento.

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