Hay una ley no escrita que no aparece en los códigos civiles ni en los tratados de física cuántica, pero que rige con más precisión que cualquier ecuación: todo lo que agradeces, crece.
La gratitud no es solo un gesto educado, ni una palabra que decimos por costumbre después de recibir algo. No. La gratitud es una forma de abrir los ojos, de ver lo que ya tenemos con una lupa emocional. Es una manera de mirar lo cotidiano y descubrir que, en realidad, nada es tan obvio ni tan garantizado.
Cuando uno cultiva la gratitud, no lo hace como quien riega una planta esperando frutos inmediatos. Lo hace como quien confía en la estación de lluvias: no sabe cuándo va a llegar, pero sabe que llega. Porque agradecer es sembrar en tierra fértil —la tierra de lo invisible—, y aunque no lo veas germinar de inmediato, te aseguro que un día sin buscarlo, la vida te devuelve cosechas inesperadas.
Es curioso cómo funciona el universo: pareciera que tiene sensores de humildad. Mientras más agradeces, más oportunidades te pone en el camino. No porque seas especial, sino porque al agradecer, afinás la vista y el alma para ver esas oportunidades que otros pasan de largo.
El que vive en la queja camina con los ojos nublados. El que agradece, en cambio, tiene faroles internos que le iluminan hasta el barro.
Y lo más hermoso de este fenómeno es que no es necesario que te pasen grandes cosas para empezar a agradecer. A veces basta con respirar profundo sin dolor, con ver salir el sol desde una ventana, o con recordar que alguien, en algún rincón del mundo, piensa en vos sin que se lo pidas.
Agradecer no es negar lo que duele, ni fingir alegría cuando hay cansancio. Es simplemente reconocer que, incluso en medio de la tormenta, siempre hay algo —aunque sea mínimo— que nos sostiene.
Y cuando uno lo descubre… todo cambia.
Porque la gratitud, cuando es real, no se queda quieta. Es como un boomerang: vos la lanzás al cielo, y tarde o temprano, te vuelve, con más motivos para agradecer...
Muy cierto es, que ser agradecido, es recibir bendiciones a manos llenas.
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