domingo, 14 de diciembre de 2025

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 EN UN MISMO VIAJE

A través de las redes sociales conocí a Alfonso Leija Salas, sacerdote y creador digital morelense, que emprende grandes obras sociales, y que en este 2025 ha sido condecorado varias veces por organizaciones civiles debido a su labor a favor de grupos vulnerables. Entre muchas otras causas apoya a tres casas hogar en Cuernavaca. Una de ellas tiene alrededor de veinte residentes cuyas edades van de 65 a 99 años. Para Navidad el padre organizó un catálogo con fotografías y un breve texto, en el que cada adulto mayor pide un regalo, en su mayoría cosas básicas como ropa o calzado, rastrillos, crema para las manos, o un radio portátil, y alguna como María de Jesús de 78 años, que anotó “regalo sorpresa”, con la ilusión infantil reflejada en su mirada.

Del catálogo de peticiones conecté de inmediato con Don Raúl, adulto de 81 años quien desea un libro de Carlos Fuentes. Tuve oportunidad de charlar con él vía telefónica, y ahí me cambió la jugada: “La noche de Tlatelolco” de Elena Poniatowska, así que, para no desilusionarlo, me di a la tarea de conseguir ambos libros, de modo que tenga bastante material de lectura, pues según me indican en la casa hogar, Don Raúl lee muchísimo.

Conocer cada una de esas peticiones me llevó a una profunda reflexión personal sobre mis compras de temporada, tantas veces movida por la moda o las tendencias. Prendas de vestir que tal vez utilice una o dos veces en mi vida, o actualización de artículos que aún funcionan perfectamente, pero que la moda presiona insinuando que ya son obsoletos y que hay que cambiar. 

Nos dejamos llevar por esas tendencias del mundo exterior que manipulan nuestra razón para convencernos de comprar, comprar, comprar. Y tantas veces adquirimos cosas ostentosas para regalar a alguien que ni las necesita ni las va a utilizar, tal vez para impresionarle, o para apaciguar nuestra conciencia, directa o indirectamente, por alguna falta cometida a lo largo del año.

A los mexicanos el mundo nos conoce por festejadores. De cualquier evento armamos la ocasión para celebrar y “echar toda la carne al asador”, sin reparar en costos. Esa sensación de dispendio nos hace sentir poderosos, aunque, ya pasada la ocasión que festejamos, nos agobien los apuros económicos por la mala administración de nuestros recursos. Es así como la llegada de los aguinaldos en medio de la temporada decembrina nos lleva a despilfarros que luego lamentamos. El orden y la objetividad en nuestra economía doméstica debe imponerse antes de gastar, ser más fríos al calcular y hacer cuentas, y aprender a gozar las fiestas sin caer en bancarrota.

Me remito ahora a los conceptos de Zygmunt Bauman, filósofo polaco fallecido en el 2017, quien estudió con especial interés los fenómenos psicosociales vinculados con el uso de la Internet. Él afirma en varios de sus estudios que los internautas nos convertimos a la vez en compradores, vendedores y mercancía. Trabajamos por hallar en la red aquellos sitios o personajes que nos satisfagan, a la vez que editamos nuestro perfil para adecuarlo a lo que suponemos que los demás esperan encontrar. Nos alejamos de nuestro verdadero yo para ofrecer y vender versiones muy trabajadas de nosotros mismos, buscando ser aceptados y conectados, aunque las relaciones sean falsas y alejadas de la realidad.

Uno de los elementos que vincula de manera auténtica a dos personas es la humanidad que hay en cada una de ellas. El reconocernos frágiles, vulnerables y proclives a equivocarnos, como cualquier otro ser humano, es en realidad lo que establece lazos entre dos personas. Los trabajos artesanales para falsear nuestro yo verdadero, forman parte de los museos de la virtualidad, pero no aterrizan en lo verdaderamente tangible y trascendental.

Leer una a una las publicaciones de los residentes de la casa hogar me llevó a asimilar que no se necesitan tantas cosas para ir por la vida, y que lo más elemental está en la persona y no en lo que posea alrededor suyo. Me remite a una obra de Juliana Spahr intitulada: “Esta conexión de todos con pulmones”, poemario que inicia diciendo: “Hay un espacio entre las manos/Hay un espacio entre las manos y espacio alrededor de las manos…” Y así va avanzando, para dar cuenta de que los elementos que dan vida a un humano conviven armónicamente con los elementos de tantos otros humanos pasados y presentes, puesto que todos tenemos un único origen y destino, y compartimos un mismo viaje.

Quede pues la invitación a enfocarnos más en el ser y menos en el tener; más en la verdadera convivencia y menos en las apariencias, y a gozar de la satisfacción que produce saber que, desde nuestra humanidad, siempre vamos a hallar verdaderas amistades que nos acompañen, para construir gratos momentos que se guardan para siempre.

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