EN UN MISMO VIAJE
A
través de las redes sociales conocí a Alfonso Leija Salas, sacerdote y creador
digital morelense, que emprende grandes obras sociales, y que en este 2025 ha
sido condecorado varias veces por organizaciones civiles debido a su labor a
favor de grupos vulnerables. Entre muchas otras causas apoya a tres casas hogar
en Cuernavaca. Una de ellas tiene alrededor de veinte residentes cuyas edades
van de 65 a 99 años. Para Navidad el padre organizó un catálogo con fotografías
y un breve texto, en el que cada adulto mayor pide un regalo, en su mayoría cosas
básicas como ropa o calzado, rastrillos, crema para las manos, o un radio
portátil, y alguna como María de Jesús de 78 años, que anotó “regalo sorpresa”,
con la ilusión infantil reflejada en su mirada.
Del
catálogo de peticiones conecté de inmediato con Don Raúl, adulto de 81 años
quien desea un libro de Carlos Fuentes. Tuve oportunidad de charlar con él vía
telefónica, y ahí me cambió la jugada: “La noche de Tlatelolco” de Elena
Poniatowska, así que, para no desilusionarlo, me di a la tarea de conseguir
ambos libros, de modo que tenga bastante material de lectura, pues según me
indican en la casa hogar, Don Raúl lee muchísimo.
Conocer
cada una de esas peticiones me llevó a una profunda reflexión personal sobre mis
compras de temporada, tantas veces movida por la moda o las tendencias. Prendas
de vestir que tal vez utilice una o dos veces en mi vida, o actualización de
artículos que aún funcionan perfectamente, pero que la moda presiona insinuando
que ya son obsoletos y que hay que cambiar.
Nos
dejamos llevar por esas tendencias del mundo exterior que manipulan nuestra
razón para convencernos de comprar, comprar, comprar. Y tantas veces adquirimos
cosas ostentosas para regalar a alguien que ni las necesita ni las va a
utilizar, tal vez para impresionarle, o para apaciguar nuestra conciencia,
directa o indirectamente, por alguna falta cometida a lo largo del año.
A
los mexicanos el mundo nos conoce por festejadores. De cualquier evento armamos
la ocasión para celebrar y “echar toda la carne al asador”, sin reparar en
costos. Esa sensación de dispendio nos hace sentir poderosos, aunque, ya pasada
la ocasión que festejamos, nos agobien los apuros económicos por la mala
administración de nuestros recursos. Es así como la llegada de los aguinaldos
en medio de la temporada decembrina nos lleva a despilfarros que luego
lamentamos. El orden y la objetividad en nuestra economía doméstica debe
imponerse antes de gastar, ser más fríos al calcular y hacer cuentas, y
aprender a gozar las fiestas sin caer en bancarrota.
Me
remito ahora a los conceptos de Zygmunt Bauman, filósofo polaco fallecido en el
2017, quien estudió con especial interés los fenómenos psicosociales vinculados
con el uso de la Internet. Él afirma en varios de sus estudios que los
internautas nos convertimos a la vez en compradores, vendedores y mercancía.
Trabajamos por hallar en la red aquellos sitios o personajes que nos
satisfagan, a la vez que editamos nuestro perfil para adecuarlo a lo que
suponemos que los demás esperan encontrar. Nos alejamos de nuestro verdadero yo
para ofrecer y vender versiones muy trabajadas de nosotros mismos, buscando ser
aceptados y conectados, aunque las relaciones sean falsas y alejadas de la
realidad.
Uno
de los elementos que vincula de manera auténtica a dos personas es la humanidad
que hay en cada una de ellas. El reconocernos frágiles, vulnerables y proclives
a equivocarnos, como cualquier otro ser humano, es en realidad lo que establece
lazos entre dos personas. Los trabajos artesanales para falsear nuestro yo verdadero,
forman parte de los museos de la virtualidad, pero no aterrizan en lo
verdaderamente tangible y trascendental.
Leer
una a una las publicaciones de los residentes de la casa hogar me llevó a
asimilar que no se necesitan tantas cosas para ir por la vida, y que lo más
elemental está en la persona y no en lo que posea alrededor suyo. Me remite a
una obra de Juliana Spahr intitulada: “Esta conexión de todos con pulmones”,
poemario que inicia diciendo: “Hay un espacio entre las manos/Hay un espacio
entre las manos y espacio alrededor de las manos…” Y así va avanzando, para dar
cuenta de que los elementos que dan vida a un humano conviven armónicamente con
los elementos de tantos otros humanos pasados y presentes, puesto que todos
tenemos un único origen y destino, y compartimos un mismo viaje.
Quede
pues la invitación a enfocarnos más en el ser y menos en el tener; más en la
verdadera convivencia y menos en las apariencias, y a gozar de la satisfacción
que produce saber que, desde nuestra humanidad, siempre vamos a hallar
verdaderas amistades que nos acompañen, para construir gratos momentos que se
guardan para siempre.
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