¿RENTAMOS, O QUÉ?
María del Carmen Maqueo Garza
"Rent-a-friend": Renta de amigos por horas, nuevo servicio en línea; las tarifas, desde diez hasta treinta dólares. Con amplia difusión en gran parte del territorio norteamericano, el navegante introduce su código postal, y la página le muestra las opciones disponibles en su área geográfica.Vivimos en la época de la fácil accesibilidad; por Internet se consigue desde un escarabajo exótico hasta un clavicordio rumano. La oferta supera con mucho la demanda de productos y servicios, y podríamos pasar toda una mañana revisando determinado producto en línea, y para mediodía no habríamos terminado ni con la mitad de las páginas.
Otro signo de nuestros tiempos es la inmediatez, nos acostumbramos a conseguir pronto aquello que necesitamos. Los jóvenes no entienden cómo cuando nosotros teníamos su edad podíamos esperar una carta durante días, saliendo cada mañana con el corazón galopante en cuanto escuchábamos el silbato del cartero. La rapidez de la comunicación en línea ha vuelto obsoleto cualquier otro medio.
Claro, el precio que ha tenido que pagarse por la modernidad es elevado. El aumento de la expectativa de vida produce un crecimiento del grupo de tercera edad; el hombre que hace veinte años fallecía joven a causa de un mal cardiovascular, ahora gracias a los avances de la tecnología tiene oportunidad de salir adelante de esa enfermedad y llegar a viejo, lo que eleva los costos de atención médica por padecimientos propios de la edad avanzada.
Enfermedades como el cáncer han aumentado de manera considerable; en parte porque al alcanzar una edad mayor, el riesgo natural de desarrollar un tumor crece. Por otra parte el consumo de alimentos altamente industrializados, junto con la contaminación ambiental comienza a cobrarnos la factura.
En el ser humano de hoy prevalece un estado anímico singular; somos hombres y mujeres que vamos siempre de prisa, tensionados. Trabajamos bajo presión, y no hay tiempo para la diversión. Se plantean mayores exigencias, pero el poder adquisitivo se percibe de picada. Las cosas se hacen de prisa, se come al vuelo; se maneja a altas velocidades; se habla atropelladamente. Quisiéramos que el otro nos entendiera a la primera de cambios, y nos desesperamos si no actúa exactamente como nosotros quisiéramos que lo hiciera.
Somos así con los padres, con los hermanos. Somos así con la pareja, con los hijos. Curioso, hasta somos así con nosotros mismos; fácilmente nos exaspera el mínimo error propio, el menor contratiempo. Igual actuamos en la calle, en el trabajo, en una reunión social… Actuamos egocéntricos,
poco tolerantes; comenzamos a enfocar las cosas desde el punto de vista personal; nos irrita que nos contravengan, y como consecuencia de todo ello nos vamos aislando; comenzamos a quedarnos solos.
Esta soledad es progresiva, como una mala yerba que se va enredando alrededor hasta que logra aprisionarnos. Llega entonces un momento cuando estamos con nuestros pensamientos, y nuestros propósitos, y nuestras exigencias… en un desierto de propia creación, sin un alma con quien platicar.
El ser humano no nació para estar solo, de manera que aquel frío del alma no hallamos cómo llenarlo. Se prueba con música; televisión; internet. Con juegos de azar, alcohol, sexo; emociones extremas. Con algo más; tantas veces se corren riesgos de grado imprudencial o suicida…. Nada parece alcanzar a llenar aquel gran vacío.
Ahora se compra amistad por horas; mediante una tarifa tengo con quien platicar y compartir. Puedo expresar mis sentimientos libremente; gozar un rato de compañía sin mayor compromiso. Y luego de dos o tres horas de renta le pagamos al amigo, se va, y volvemos a quedarnos con aquella dolorosa oquedad en el alma, pero al menos con un recuerdo.
¿No resulta patético?... ¿Se elige vivir de ahora en adelante, en un aislamiento emocional que terminará por minarnos? Rentar un amigo efectivamente garantiza una compañía que se ajustará a lo nuestro, claro, hay un convenio de por medio. Pero, ¿no es un modo lastimero de relacionarse, con todo calculado, sin espontaneidad, sin sentirnos vivos, y felizmente vulnerables? ¿Evadimos correr riesgos? ¿Descartamos la búsqueda de un amigo auténtico que pueda procurarnos por lo que somos, y no por una cuota?
¡Comencemos por arrancar esa mala yerba que nos ciñe! Respiremos hasta el fondo; veamos el sol, o la luna, o el parque….Hay que aspirar, escuchar y disfrutar. Hay que hacer cosas simples y gozar como niños. Cada carcajada es una gran vacuna contra el estrés, la salvaguarda contra el suicidio de las almas solitarias.
Aquellos relatos futuristas de mi infancia se ciernen como fantasmas: Hablan de un mundo aséptico, puntual, donde no caben imprecisiones… para un millón de hombres-robot sin historia, que nunca han conocido gozo ni entusiasmo; que nunca han llorado, que nunca han cantado ni reído.
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