sábado, 11 de diciembre de 2010

CONTRALUZ Diciembre 12, 2010: María del Carmen Maqueo Garza


DEL HECHO AL DICHO
Síndrome de Stevens Johnson: Cuadro severo que afecta piel y mucosas, además de otros órganos internos, y que se manifiesta con lesiones en zonas genitales, bucales y cutáneas. Usualmente ocurre después de cierto tipo de infecciones,  o secundario a la ingestión de medicamentos como sulfas, penicilinas,  anticonvulsionantes (Difenilhidantoina, carbamacepina y lamotrigina), barbitúricos y derivados de la butazona.
     La información anterior corresponde a un cuadro médico que llega a presentarse, entre otras condiciones, en un paciente que toma lamotrigina. De igual manera puede ser secundario al uso de otros medicamentos; en lo personal tuve la experiencia tiempo atrás con una paciente mía a quien prescribí difenilhidantoina para manejo de crisis convulsivas. El aspecto de la piel es impresionante, pero de ninguna manera puede hablarse de error en el diagnóstico, en la administración del medicamento, o cosa parecida. Es parte de los gajes del oficio de ser médico.
     Hago referencia puntual a ello, pues en días pasados se publicó una nota periodística que de alguna manera insinúa que hay responsabilidad profesional donde no la hay. Un niño presenta un cuadro neurológico, el médico tratante con base en su experiencia indica lamotrigina, y a la vuelta de días aparecen lesiones sugestivas de Síndrome de Stevens Johnson, según señalan las fotografías publicadas junto con la nota. Es una situación fortuita, y de ninguna manera implica que el médico actuó mal, con impericia, o mucho menos, de manera negligente.
     Ser médico en nuestros tiempos se antoja casi una locura. Por una parte la retribución económica que recibe el profesional por su trabajo queda cada vez más por debajo de lo que implica, primero el desgaste físico y emocional, y segundo, prepararse y mantenerse actualizado. La ciencia avanza vertiginosamente, el galeno requiere estar a la altura de dichos avances, y en general habrá de pagar de su bolsillo los gastos de la actualización. Entre el gremio médico en la red circula un texto trágico; análisis simplón pero no tan ajeno a la verdad, que concluye que al final del día un lavacoches o hasta ciertos pedigüeños podrán haber tenido ingresos superiores a los que obtiene un médico institucional por su día de trabajo, sin considerar por cierto, el grado de estrés o desgaste físico que la atención a pacientes lleva implícita.
     Un elemento novedoso que se agrega a la cohorte de riesgos de ejercer la Medicina en México, es que en la actualidad se corre un peligro adicional en los servicios de urgencias o quirófanos a donde van a dar heridos provenientes de conflictos armados. Llegan los contrarios a rematar al lesionado; el grupo de delincuentes amenaza al médico con matarlo si no salva al herido; el médico es obligado por la fuerza a acudir a una casa de seguridad a brindar asistencia médica. O el médico es secuestrado y muerto, como acaba de ocurrir en Ciudad Juárez con un ortopedista de gran trayectoria en la entidad, ciudadano productivo, padre ejemplar, excelente amigo, quien a partir de ahora es parte de la estadística: Levantado al salir de su sitio de trabajo, torturado y muerto… ¡Ah! Y hay que incluir también a los médicos que son confundidos con delincuentes y abatidos por las fuerzas de seguridad pública, que luego salen con un “usted disculpe”, como recién sucedió con un médico nayarita abatido al habérsele confundido con delincuente.
     Vivimos en tiempos en los cuales todo tiende a girar en torno al dinero y a las apariencias. En este contexto se transforma en negligencia médica un efecto indeseable de un medicamento, con el afán de obtener ganancias económicas. Hay personajes turbios que viven de fabricar responsabilidades legales donde no hay más que situaciones fortuitas, tantas veces embaucando al paciente o a sus familiares en el pago de honorarios para la atención de un caso legal que en realidad no tiene sustentación. Pero eso sí, el perjuicio provocado por la acusación en la carrera del médico ahí queda.
     Una cosa es la negligencia; otra los efectos indeseables de un tratamiento. Una cosa es obrar de mala fe, otra es, como humano, no tener la capacidad de un dios para adivinar qué podrá presentarse más delante. En casos donde el médico puede cometer un error de apreciación al elaborar un diagnóstico, una cosa es el error, y otra muy distinta el dolo. Hablando específicamente de casos de equívoco, resulta absurdo que la sociedad tolere desaciertos en todo tipo de carreras u oficios, excepto en lo médico.
     Dice el refrán popular que del dicho al hecho hay mucho trecho: Igual opera en sentido contrario, del hecho al dicho, el trecho es grande, y se aborda con estricto apego a la verdad. Es de elemental justicia recordarlo.

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