VALORES “PATITO”
Como sucedió en el 2006, la revuelta generada por maestros e integrantes de la APPO en Oaxaca capital esta semana, con motivo de la visita de Felipe Calderón, y la suspensión de clases de un millón trescientos mil alumnos en los días posteriores a dicha revuelta, para bloquear carreteras, me deja sin palabras. Los actos salvajes captados en video jamás harían suponer que se trata de los responsables de la formación académica de nuestros niños.
De nueva cuenta, como hace cinco años, la turba enardecida arremete contra todo: Edificios con valor histórico; un tráiler al cual incendian hasta que se consume, y contra elementos de seguridad. Sus gestos revelan un odio casi igual al que mostraban los rostros de los egipcios sometidos por treinta años a un sistema represor que los tenía muertos de hambre. Pero éste no es en absoluto el caso de los maestros de la sección 22 del SNTE, uno de los sindicatos con mayores prebendas a lo largo y ancho del territorio nacional.
En el contexto de los acontecimientos que nos aquejan en los últimos años, no es de extrañar lo acontecido. Nadie parece sorprenderse porque un maestro que se comporta de esta manera totalmente incivilizada en las calles, vaya en un par de días a plantarse frente a su grupo de alumnos a impartir lecciones de ética. Ni parece extrañarnos que los integrantes de la turba ahora exijan al gobierno estatal una disculpa por haberlos repelido. Una más de las paradojas que muestran incongruencia entre el dicho y el hecho; de igual modo como tenemos a Silvio Berlusconi justificando su involucramiento sexual con menores, o a Mubarak rasgándose las vestiduras como el protector de su pueblo al cual saqueó descaradamente. Y en el mismo sentido se halla la actitud de nuestro sistema en el caso Florence Cassez; se niega la posibilidad de extradición a su país natal, cuando es de todos conocido el grado de descomposición que presenta nuestro aparato judicial. Curiosamente este asunto coincide con el estreno del documental “Presunto culpable” que narra el caso de un individuo condenado a veinte años de prisión por un delito que no cometió.
Dentro del pensamiento de este tercer milenio tenemos rebasada la capacidad de asombro; caemos en la trivialización de elementos como la violencia o la corrupción, y ya pocas cuestiones nos sacuden. Nuestras autoridades exhiben una falta de congruencia entre lo que se dice y se hace, o entre lo que se hace y se ordena a otros que hagan. Los de la base de la pirámide simplemente renegamos en silencio, u osamos levantar la voz un poco, pero siempre azuzados, y las cosas, lógicamente, no cambian.
Con relación a los maestros, aún cuando son un gremio altamente favorecido por todos los niveles de gobierno, no es infrecuente observar de su parte este tipo de manifestaciones desordenadas. No me imagino al cuerpo médico ni a los colegios de abogados, contadores o ingenieros, emprendiendo una revuelta con tales características.
El modelo educativo de Finlandia es ejemplar, según calificación de la propia ONU. Irmeli Halinen, importante autoridad educativa de aquel país expresa que la carrera magisterial tiene grado de licenciatura a maestría, y está sujeta a actualización continua. De hecho, según la propia Halinen es la carrera de más alta demanda entre egresados de preparatoria. Para el pueblo finlandés es premisa fundamental atender lo relativo a la educación de sus hijos, base del sistema productivo de la nación.
En México la historia ha sido muy distinta, el nivel académico no alcanza la licenciatura, y tradicionalmente los manejos sindicales tan proclives a compadrazgos, corrupción y nepotismo abundan en este gremio. Ni uno ni otro factor pueden garantizar un nivel educativo de excelencia para nuestros niños y jóvenes, quedándonos una vez más en el patético “ahí se va”.
Como sociedad seguimos sumidos en una grave pasividad frente a los hechos que nos lesionan; probablemente externemos nuestra inconformidad en el café, o subamos a la red textos anónimos de protesta. Pero no nos manifestamos por la vía que verdaderamente permite generar un cambio en el estado de cosas, la de la denuncia ciudadana fundamentada, valiente y puntual. Mientras nuestros maestros sean ese gremio que se violenta y suspende clases cada vez que se le antoja, sin el mínimo riesgo de perder por ello privilegios y dispensas, estaremos muy lejos de mejorar. En tanto la carrera magisterial no alcance el nivel licenciatura, y se sujete, como otras profesiones, a certificación y recertificación de carácter periódico y obligatorio, las cosas seguirán igual o peor.
Exigir al alumno en el aula lo que yo como maestro no cumplo, es ilógico. Equivale a la transmisión de valores “patito” en una sociedad que no sale del pasmo y la inacción.
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