sábado, 14 de mayo de 2011

LO QUE NOS FALTA, en palabras de ROMÁN REVUELTAS RETES

¡No podemos negar al texto su buena parte de verdad! Román Revueltas hereda el arte de sus mayores; de Don Silvestre la música, de José el  novelista revoltoso, el gusto por escribir.  
   Para muchos su inclinación política es demasiado obvia; en este caso el texto me parece sólido y  claro en lo que a ética ciudadana se refiere.   ¡Léanlo!

 
Los países más seguros son también aquellos donde la gente se detiene ante los semáforos. Esto, lo de respetar una luz roja, es asunto de llevar interiorizado a un gendarme virtual en la cabecita que hace innecesaria la presencia de una autoridad real —por ejemplo, un policía en el crucero— que nos obligue a comportarnos correctamente.

 
Ese mismo inspector interno es quien nos impide tirar basura en las calles y perpetrar otras infracciones aunque sepamos, de cualquier manera, que no habrá castigo si las cometemos.

 
En un mundo ideal las personas deberían de poder autorregularse sin necesidad de sanciones, advertencias, amenazas o penas corporales.

 
A los hijos, en un primer momento, los educamos con un sistema de correctivos y recompensas hasta que ellos mismos aprenden a discernir lo que más les conviene, dicho esto en el sentido más exacto de la palabra.

 
La gratificación inmediata parece ser siempre una opción irresistible pero, justamente, los adultos saben ya que todo tiene un precio: si me dejo llevar por la gana de comprar un tentador artículo sin tener realmente la capacidad de pagarlo, tarde o temprano habré de enterarme.

 
El asunto es que algunos individuos de la especie no conocen, digamos, los límites. Tal vez sus padres no supieron trasmitirles ciertos principios o ellos mismos nunca tuvieron la capacidad de controlar sus impulsos.

 
En todo caso, no hay otra manera de regular a estos sujetos que a través del ejercicio de la autoridad: la única receta que conocen es la amenaza de una sanción, es decir, el castigo.

 
En México tenemos dos gravísimos problemas sociales:

 
Hemos fracasado en la trasmisión de los valores; y, por el otro lado, hemos propiciado un entorno de escandalosa impunidad: nuestra justicia no castiga; es decir, no sirve para ordenar la estructura de la sociedad.

 
Esta combinación tan nefasta nos ha llevado a donde nos encontramos ahora.

 
Y esto, con perdón, no tiene nada que ver con la guerra de Felipe Calderón.

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