A TRAVÉS DEL ESPEJO
Mientras somos niños estamos salvo de los sobresaltos propios de la edad adulta; durante esa etapa todo es posible, nuestro padre es un dios capaz de cambiar el orden de los astros en el universo, y en los brazos de mamá no hay problema que no halle consuelo. Lo traigo a colación porque ahora que pretendo hablar de un mundo alrevesado, viene a mi memoria el libro: “Alicia a través del espejo”, que llegó a mi vida de forma muy singular.
Haber sido criada como hija única por diez años dio por resultado una niña muy independiente que decidía si buscaba alguna amiga para jugar, o si disfrutaba la tarde por su cuenta. Aún tras la llegada de mis dos hermanas, muchos años después, crecí como hongo bastante solitario en un mundo de adultos, en parte por circunstancias, y en parte por gusto propio.
Volviendo al asunto del libro, aquel viernes comí temprano, y para cuando mis papás se disponían a hacer lo propio, y los preparativos convertían a la cocina en un espacio de locura, pedí permiso para ir a casa de los vecinos. Algo falló, y dando por hecho que tenía autorización salí de casa de lo más fresca, anticipando el rato de diversión que me esperaba. Con lo que me topé a mi regreso un par de horas después, fue el opuesto absoluto, la Troya de Homero se quedó corta frente a aquella escena, pues me daban por desaparecida; de esa tarde sólo recuerdo el retumbo de la voz paterna acompañado al fondo de la imagen de llanto desbordante de mi madre.
Ese día aprendí que en comunicación no es lo mismo enviar un mensaje que verificar que se haya recibido; de alguna manera lo que yo di por hecho jamás fue registrado, asunto que me valió un castigo ejemplar: Un año sin revistas de historietas, lo que interrumpía una larga tradición familiar consistente en que después de la comida dominical íbamos a la Plaza de Armas en donde mi papá compraba el Excélsior, mi mamá su revista Paris Match, y yo mis historietas. Aquella santa reprimenda tuvo su parte positiva, ya que detrás del Thor paterno de aquella tarde, surgió el padre complaciente que comenzó a comprarme un libro por semana, y entre los más de cincuenta títulos que llegaron a mis manos por dicho concepto, me topé con “Alicia a través del espejo” de Lewis Carroll, que me gustó más que su predecesor “Alicia en el país de las maravillas”. Un delicioso mundo al revés que hallé más fantástico que matemático, con aquellas jitanjáforas divertidísimas como las que dicen:
“Pero brumeaba ya negro el sol//agiliscosos giroscaban los limazones//banerrando por las váparas lejanas//mimosos se fruncian los borogobios//mientras el momio rantas necrofaba...”
Viene a mi mente la lectura de aquella obra frente a situaciones alrevesadas fuera de toda lógica que, como Alicia en el espejo damos por “normales”, fijamos nuestra atención por un momento en ellas, y luego simplemente damos vuelta a la hoja y seguimos viviendo como si nada. Por citar algunas:
En el reciente accidente del crucero italiano Costa Concordia en las proximidades de la Isla Giglio, el capitán abandonó la nave, se puso a salvo en tierra firme, y desde allá observó la tragedia en calidad de espectador, por más que el capitán de puerto lo conminaba a regresar a la nave. Al momento de ser interrogado justificó su proceder de maneras dignas de competir con cualquier narrativa fantástica de Cortázar:
O lo clásico nuestro: Funcionarios de muy distintos niveles son acusados de malversación de fondos, enriquecimiento ilícito o ejercicio indebido de funciones públicas, y aún frente a la contundente evidencia ellos lo niegan… Nosotros indignados alzamos la voz por quince minutos, y luego nos olvidamos del asunto.
Un término utilizado por el periodista Damien Cave del NYT para referirse a México: “Un país tan transparente como una cortina opaca”, tiene mucho de verdad. La turbiedad ampara toda suerte de malos manejos, y muchos de quienes nos convencieron de votar por ellos ahora con total descaro se sirven con la cuchara grande, en nuestras propias narices, cobijados bajo el manto de la impunidad.
O sea, muchas cosas son exactamente lo contrario de lo que deberían ser, y nosotros como Alicia pasando de uno a otro lado del espejo como si nada. Para las obligaciones estamos de este lado del espejo, para los derechos del otro, y la verdad es que el país sale perdiendo.
Está por terminar un sexenio muy doloroso en términos de polarización de la economía, pero sobre todo en vidas humanas, por una lucha armada que ha venido a atizar las brasas de la inseguridad y la violencia.
Al filo del espejo: ¿Qué queremos para los siguientes seis?...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario