KODAK: ÚLTIMA LECCIÓN
Sin lugar a dudas nos ha tocado vivir una época de grandes cambios, en la cual el tiempo parece correr a una velocidad cada vez mayor, condicionando en su avance modificaciones de raíz a elementos que jamás pensamos que pudieran transformarse, y mucho menos desaparecer. En cuestión de tecnología a ese mismo ritmo surgen nuevos aditamentos que vuelven realidad modos de comunicación que hasta hace poco pertenecían exclusivamente a la ficción. Dentro de esta revolución tecnológica nos corresponde mantenernos informados, dispuestos a sacar provecho de lo nuevo, pero sobre todo cuidándonos para evitar que el mundo exterior desintegre nuestra personalidad.
En días pasados se presentaron acontecimientos de gran relevancia en materia de comunicación, uno, el cierre de Megaupload, compañía que por años facilitó la descarga de contenidos desde la red, y que ahora el FBI en una acción sin precedente consigue inhabilitar. De ello seguirán una serie de minucias legales de cuyo análisis se determinará la condena a los involucrados, pero entre tanto se ha venido un cierre en cascada de muchos sitios dedicados a actividades similares.
El otro gran acontecimiento de la semana en cuestión de comunicaciones, es que la Kodak se acoge al recurso de quiebra para salvar la parte que aún puede rescatarse de la compañía. Eastman Kodak ha representado por más de cien años un ícono de la fotografía a nivel mundial, y en la vida de toda familia occidental de clase media con seguridad han estado presentes sus cámaras y películas. Mis recuerdos más remotos corresponden a los rollos en blanco y negro de doce fotografías que utilizaba en mi primera cámara de niña, pasando después por películas para impresión a color y para diapositivas, a través de las cuales conservo momentos que quedaron plasmados para siempre en papel o acetato. Con el advenimiento de la fotografía instantánea Polaroid, y posteriormente de la fotografía digital, un emporio que se antojaba a todas luces indestructible fue sufriendo merma progresiva hasta el arranque de este 2012, cuando se declara en quiebra por falta de liquidez. Ciertamente seguirá produciendo material para películas cinematográficas y para radiología, pero de alguna manera el motivo que dio origen a esta gran firma, ha dejado de existir.
Todo ello invita a emprender una reflexión con relación al valor de las cosas. El consumismo prevaleciente nos lanza de manera reiterada un mensaje que invita a otorgar un excesivo valor a las cosas materiales en demérito de las que no lo son. Solemos calcular y medir la felicidad en nuestra vida con base en lo que compramos, lo que vestimos, lo que comemos o tomamos, o lo que regalamos. Calificamos a los demás conforme los sitios que visitan, lo avanzado de la tecnología que utilizan, el carro que traen, o el barrio donde viven, y asignamos a una persona una valía intrínseca de acuerdo a elementos ajenos a su persona, que bien pueden llegar a desaparecer.
El vacío existencial que viene caracterizándonos a los ciudadanos del tercer milenio debe ser llenado, y cada cual hará uso de los recursos que tiene a la mano para lograrlo. La forma que más publicidad alcanza en nuestro medio es aquélla que busca convencernos de que comprando tal o cual producto vamos a ser aceptados, apreciados o tomados en cuenta por el resto del mundo. Y cuando no hemos desarrollado un conjunto de elementos que nos permitan forjar la autoestima propia, simplemente nos la creemos.
Ver la forma como dos grandes del mercado caen en el lapso de una semana es una coyuntura para comenzar a vivir nuestra propia vida con base en elementos más allá de lo que el bolsillo alcanza a comprar. Es tiempo de medir nuestra felicidad en términos de alegrías, sonrisas, abrazos y palabras, más que otra cosa; de diversión más que de adquisición; de compartir más que de exhibir o alardear.
Comencemos a llenar ese vacío existencial mediante experiencias inolvidables, compañías agradables, música hermosa o atardeceres arrobadores. Atesoremos imágenes, sonidos, sensaciones, impresiones o intercambios, que nos permitan crecer como personas.
La espiral consumista, junto a una serie de factores que llegan a generarse al interior de nuestra sociedad, ha llevado en algunos casos a situaciones catastróficas provocadas por individuos de conciencia obnubilada, dispuestos a cometer toda suerte de ilícitos con tal de obtener dinero. Adolescentes que no dudan ni un instante en atentar contra la vida de otra persona para robarle doscientos pesos, cometiendo crímenes en los que existe una evidente desproporción entre la magnitud del ataque y el botín pretendido, o individuos que atentan contra otros de formas despiadadas, dejando entrever rasgos de carácter que frisan con lo infrahumano.
La última lección de Kodak: ¿Nos dejamos succionar por la espiral y nos perdemos, o nos liberamos y crecemos?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario